Analizaron el problema con sus pares del CREA Victoria (región Litoral Sur) y con el entonces asesor del grupo, Pablo Bruzzone, para estudiar diferentes alternativas. Definieron las ventajas comparativas de la empresa: a) disponibilidad de granos acondicionados al contar con una planta de acopio propia; b) campo con acceso sobre la ruta; c) conexión eléctrica trifásica.
“Luego de realizar un estudio de las distintas cadenas de valor agregado, nos decidimos por la soja y comenzamos con una planta de extrusado y prensado, donde se procesa el total de la soja producida para elaborar expeller y aceite neutro”, señala Pablo Sánchez, director de El Talar Agroindustrial.
“Ese proceso coincidió con la llegada de una nueva generación a la empresa, así que, lejos de encarar la situación como un problema, la vimos como una oportunidad para crecer”, añade.
Mientras que los compradores de expeller son muy diversos –empresas porcinas, avícolas, feedlots, tambos y plantas elaboradoras de alimentos balanceados–, los de aceite de soja estaban concentrados en un solo cliente.
En 2014, con el cierre del mercado europeo a las exportaciones argentinas de biodiésel, se produjo una sobreoferta interna de aceite de soja que hizo colapsar el precio del producto. “No podíamos vendérselo a nadie, así que montamos una planta elaboradora de biodiésel en el campo con los mismos parámetros técnicos que los utilizados por Pymes productores del biocombustible destinado al corte obligatorio con gasoil”, explica Pablo.
De esa manera, al menos una parte del aceite pudo destinarse a la producción de biodiésel de autoconsumo para tractores, cosechadoras y camionetas de la empresa, que pasaron a emplear un combustible B70 (gasoil mezclado en el propio campo con un 70% de biodiesel).
Así, durante los períodos de desabastecimiento de gasoil, la empresa pudo contar siempre con abastecimiento de combustibles, aunque la elevada volatilidad internacional del precio del aceite de soja en algunas oportunidades hizo inviable económicamente la producción de biodiésel.
“Vamos a comenzar a fabricar y envasar, a partir del aceite neutro, coadyuvantes siliconados y metilados de uso agronómico para diversificar la oferta de productos y poder así acomodarnos a las cambiantes condiciones del mercado”, remarca Pablo. Ya cuentan con un socio estratégico que se encargará de la comercialización de los coadyuvantes.
Posteriormente dieron un paso más en la cadena de valor al inaugurar una planta elaboradora de proteína de soja texturizada, la cual es comercializada con una marca propia (Rosenteck). Se trata de un producto –destinado tanto al mercado interno como externo– que se emplea como insumo para la fabricación de medallones de carne, “patitas” de pollo, fiambres y embutidos, entre otros alimentos.
“Es fundamental poder contar con la versatilidad suficiente para poder responder a las cambiantes condiciones tanto de los factores internacionales como locales”, apunta el empresario.
Adquieren harina de soja Hi-Pro (con alto contenido de proteína) para elaborar proteína texturizada de soja con destino a consumo humano.
Actualmente están realizando inversiones para poder contar con una capacidad de procesamiento continua de 20.000 toneladas anuales de soja, parte de las cuales se destinarán a fabricar expeller apto para consumo humano que se empleará como insumo para elaborar proteínas texturizadas de soja, de manera tal de ya no tener que comprar harina de soja Hi-Pro.
“Además incorporamos una segunda línea de fabricación de proteínas texturizadas de soja y ampliamos la capacidad del depósito para poder realizar una gestión comercial y logística más eficiente”, comenta.
Los subproductos de los diferentes procesos, como cáscara de soja, glicerina y descartes industriales, serán destinados a integrar las raciones de un feedlot propio que está en plena construcción.
“Las primeras partidas de expeller o de soja texturizada, en los arranques hasta poner a punto el proceso industrial, no tienen valor comercial pero sí valor nutricional”, comenta Pablo. “El corral representa una solución ambiental porque el costo de transporte de los subproductos es económicamente inviable y es indispensable darle un destino a los mismos”, añade.
El camino no fue sencillo porque los descalabros económicos y cambiarios ocurridos en los últimos seis años complicaron por demás los planes de inversión programados. Sin embargo, más allá de los dolores de cabeza, la diversificación de actividades permitió, por ejemplo, atravesar con mucho mayor holgura las tres campañas secas –producto de tres fases ENSO “La Niña” consecutivas– que terminaron con un desastre productivo en el ciclo 2022/23.
Entre los proyectos en carpeta que tienen entre manos se incluyen la incorporación de nuevos productos, tales como la harina micronizada de soja y de arvejas, las cuales se emplean como insumo base de los denominados “alimentos en base a plantas” –como hamburguesas vegetarianas–, además de utilizarse como extensor o aditivo en la fabricación de múltiples alimentos.
“Estamos incorporando la arveja en la rotación agrícola de la empresa agropecuaria con el propósito de comenzar a contar en un futuro próximo con esa legumbre dentro de la carpeta de productos disponibles”, adelanta.
Pablo trabaja a la par de sus tres hijos: Ernestina en el área Comercial, Josefina en Tesorería y Recursos Humanos y Pablo en Producción. La plantilla de personal, además de agrónomos, contadores y especialistas en gestión financiera, está integrada por técnicos laboratoristas e ingenieros químicos.
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Laboratorio de El Talar Agroindustrial
“El mayor desafío que emprendimos son los aprendizajes en el área comercial porque venimos de una cultura productivista”, apunta Pablo. Al respecto, la empresa integra, junto a otras nueve firmas del sector, un “Clúster de Proteínas Vegetales de la Argentina” en formación que tiene como propósito promover las exportaciones de tales productos en mercados internacionales.
“Existen cuestiones como, por ejemplo, asistir a ferias comerciales internacionales que son muy onerosas para una sola Pyme, pero ese esfuerzo, entre varias empresas, es mucho más asumible”, explica.
Pablo es además vicepresidente de la Federación de Extrusores y Biopymes de Argentina (Feceba), la cual se encuentra en formación y tiene como propósito central institucionalizar la actividad para así poder llevar a cabo políticas orientadas a promover el desarrollo sectorial, tales como incorporar al Código Alimentario Argentino (CAA) la tipificación del aceite de soja libre de solventes (hexano) o bien instrumentar un programa de fitomejoramiento de cultivares de soja no transgénica.
“Exportamos proteínas texturizadas de soja proveniente de cultivares transgénicos a mercados latinoamericanos y del sudeste asiático, pero países con mayor poder adquisitivo importan el producto elaborado con materiales no-transgénicos y tenemos que apuntar a llegar también a esos mercados”, resalta Pablo.