Desde que mi bisabuelo, Alejandro Cameron, con el producto de su trabajo como administrador de un establecimiento ovino en Tierra del Fuego, compró en 1916 una estancia –bautizada Maorí– en la localidad bonaerense de Pieres hasta la actualidad, los integrantes de la familia que administraron la empresa siempre ha tenido al campo como único hogar. Esa decisión es parte de una manera de entender no solamente el negocio, sino también la vida misma.
En otras naciones el agro se sostiene en el marco de sólidas comunidades rurales en las cuales se desarrolla una cultura propia, algo que nosotros hemos perdido en las últimas décadas, probablemente debido al déficit de servicios básicos promovido por la extracción sistemática de recursos que van a parar a las grandes ciudades, donde, en situaciones como las experimentadas en el año 2020, muestran dolorosamente sus debilidades.
La sostenibilidad, en sus dimensiones económica, social y ambiental, para nuestra familia siempre fue la norma. La empresa, en primer lugar, necesita ser rentable para poder ocuparse debidamente de su gente y del capital natural de la cual se nutre. Nuestros empleados son nuestros vecinos. La tierra que nos da el sustento es nuestro hábitat cotidiano.
De todas maneras, hemos incursionado en la certificación de Buenas Prácticas Agrícolas, bajo la norma IRAM 14130, algo que, además de ayudarnos a formalizar procedimientos, nos permite prepararnos para validar ante la comunidad y los clientes que producimos de forma sostenible y segura.
Vivir en el campo también trae atado compromisos: es raro que un día pase sin que surja alguna tarea de trabajo. A veces puede resultar difícil poder complementar la vida familiar y de trabajo; el vivir en el campo implica que la familia entera termina involucrada en el lugar de trabajo, y eso funciona si se logra crear un entorno que resuelva los proyectos de vida para todos los miembros de la familia. Es cierto que la educación de los chicos es un aspecto por resolver. Hemos, como familia, participado activamente en el funcionamiento de la escuela rural local, a la cual han asistido nuestros hijos desde jardín de infantes hasta los once años. Sus primeros años de vida se forjan en un entorno rural, que es, precisamente, el más parecido en la actualidad el ambiente en el cual se moldeó la humanidad. Pero en la adolescencia ya están preparados para adquirir una mirada global, necesaria –según entendemos en nuestra familia– para poder contar con una visión integral al momento de tomar decisiones. Los chicos completan su educación en escuelas pupilas, incluso en el exterior. Hasta hace poco, nuestros cinco hijos han estado en cinco países diferentes, pero siempre ansían las reuniones familiares en el campo. Las comunicaciones modernas ayudan a acortar las distancias, algo que, por ejemplo, no fue posible en mi caso, que me comunicaba con mis padres por medio de cartas que tardaban un mes en llegar a destino.
Antes de regresar a la Argentina para crear junto a mi esposa la empresa Alejandro Cameron S.A. –producto de la división del establecimiento familiar– yo había cursado mis estudios secundarios en Escocia y universitarios en Inglaterra, recibiéndome de ingeniero químico en 1987. Residimos cinco años en Londres, trabajando Jennifer, mi mujer, en un banco de inversión internacional y yo para una compañía de comercialización de productos agropecuarios, actividad que me ha servido mucho más de lo que me imaginé en su momento para conocer “el otro lado del mostrador” en mi futura etapa de empresario agropecuario.
Así fue como en 1993, junto con Jennifer y nuestras dos hijas nacidas en Londres, emigramos a la Argentina. Eran momentos de grandes cambios en la agricultura local con la introducción de la siembra directa y nuevos genotipos, así como también por las posibilidades que brindada la estabilidad monetaria y macroeconómica.
El traspaso del gerenciamiento de la empresa se hizo cuando mi padre tenía poco más de sesenta años y yo aún no había cumplido los treinta, algo tal vez inusual en muchas empresas familiares, pero que tiene la gran ventaja de que el ingresante pueda hacer su propio camino. Mi abuelo había hecho lo mismo con mi padre cuando les tocó el traspaso en la década del 60. Tengo mucho que agradecer a mis antepasados: llevamos a cuestas el aprendizaje logrado por el esfuerzo de generaciones que nos antecedieron. Y también a la presente generación, mis hermanos, quienes participan como socios en el emprendimiento, algunos de cerca y otros a distancia.
Dos años después de tomar el mando de la empresa, surgió la posibilidad de comprar un campo vecino, Los Nogales, que permitió incrementar en un 50% la superficie propia, y arraigar el proyecto empresario de la nueva generación. La compra se hizo prácticamente toda con financiación bancaria, algo que fue posible gracias al aval otorgado por mi padre. El agro puede hacer maravillas, en cualquier parte del mundo, con acceso a financiamiento adecuado.
En 2011 se nos presentó de nuevo la oportunidad de comprar una parcela lindera, que veníamos alquilando, la que adquirimos por un valor cinco veces superior al abonado dieciocho años antes por Los Nogales. El mensaje no podía ser más claro: la tierra productiva es un bien escaso en el mundo, pero el conocimiento, la tecnología y la voluntad para hacer crecer nuestras empresas puede ser ilimitado si trabajamos con esfuerzo y en el marco de una red de generación de conocimiento.
La experiencia de trabajar para una empresa comercializadora de granos en Londres me ayudó a evaluar algunos de los problemas de rentabilidad que aquejaban a la producción agropecuaria argentina. Particularmente, la producción de maíz, el cultivo que más se beneficiaba productivamente del sistema de siembra directa en los campos profundos en los cuales nos tocaba producir, era el que más sufría los altos costos del acondicionamiento de granos en el Puerto de Quequén. Nuestra zona, tradicionalmente productora de trigo y girasol, estaba subdimensionada para el procesamiento de altos volúmenes de maíz húmedo, resultando en problemas logísticos en cosecha y altos costos de secado de grano, razón por la cual en 1997 empezamos a transformar cuatro silos chacra de 100 toneladas cada uno, localizados en Los Nogales, en una planta de secado de maíz. En menos de dos años recuperamos la inversión realizada. Posteriormente sumamos dos camiones propios para mejorar la logística comercial.
El proceso de crecimiento de una empresa, según entendemos, tiene que ser equiparable para todos los que la integran. En ese sentido, por ejemplo, al encargado de gestionar la planta de silos, egresado de la Escuela Agropecuaria de Lobería, lo hemos apoyado para que se reciba de perito clasificador de granos, algo que le permitió desarrollarse tanto personal como profesionalmente. A los colaboradores se los estimula a asistir a jornadas de actualización dictadas por expertos en la materia, particularmente jornadas organizadas por CREA o INTA Balcarce, institución con la cual mantenemos una fluida relación.
La empresa familiar, cuando era gerenciada por mi padre, fue una de las primeras en el país que importó y utilizó riego por pivote central en la década del 70, y también unas de las primeras en importar la nueva tecnología de pivote central eléctrico en la década del 90. En la primera década del presente siglo he seguido sus pasos hasta llegar a operar actualmente un total de ocho equipos de pivote central, lo que nos permite producir la mitad del área de maíz bajo riego. Esa tecnología además es clave para poder producir especialidades bajo contrato, tales como maíz semilla y trébol blanco para semilla o maíz dulce.
Los lotes que se riegan se hacen con agua del acuífero Pampeano, el cual está comprobado que se trata de un recurso sustentable, ya que de manera constante rebalsa hacia el océano y mediciones de la napa a lo largo del tiempo han mostrado que su nivel no decae. Las aguas de la zona son bicarbonato-sódicas, lo que representa un problema si se usan en exceso; es por eso que el modelo utilizado contempla regar una vez cada tres años en un mismo sitio.
La rotación que efectuamos en el campo es mayoritariamente maíz seguido por girasol o soja de primera y luego por un cultivo de invierno (trigo, cebada, colza o trébol blanco) seguido en muchos casos por soja de segunda, con mucho hincapié en la dispersión de riesgos, ampliando la ventana de momentos críticos de los cultivos, utilizando una amplia gama de cultivos que tienen sus momentos críticos climáticos desde octubre a marzo.. La materia orgánica se ha logrado estabilizar en torno a 5%, dos puntos por debajo al de los suelos prístinos de la zona, algo que, si bien constituye un logro en agricultura continua, merece nuestro esfuerzo orientado a incrementar esa cifra.
Por eso mismo desde 2018 hemos comenzado a sembrar cultivos de servicio en períodos de la rotación sin cultivos, aunque las oportunidades de incorporarlos no son tantas como en zonas ubicadas más al norte del país, porque la estación libre de heladas en nuestra región es más corta; de todas maneras, estamos experimentando con vicia, centeno y avena sativa, entre otras especies. El cambio que viene en camino creo que generará aportes tan sustanciales como los promovidos en su momento por la siembra directa. También hemos incorporado un equipo de Precision Planting en la sembradora de granos gruesos y un módulo de aplicaciones dirigidas de herbicidas (Weedit) que nos permite disminuir la cantidad de fitosanitarios aplicados en los barbechos.
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Pulverizadora adaptada para realizar aplicaciones dirigidas.
Tratamos de minimizar el uso de insecticidas; estando en una zona donde la presión de insectos es moderada, tenemos la oportunidad de usar insecticidas sólo en los pocos años donde se superan los umbrales de ataque. Somos enemigos de la aplicación de insecticidas “por las dudas”. Eso ha permitido la proliferación de poblaciones de insectos benéficos –como el carábido Scaritesanthracinus– que nos han ayudado a reducir la población de otro tipo de plagas, por ejemplo, babosas, que son un problema importante en la zona.
En los cultivos de trébol blanco y girasol se establecen convenios con apicultores locales para la instalación de colmenas de abejas para el esencial trabajo de la polinización de esos cultivos. Aprovechamos además un sector bajo, localizado enfrente de nuestra casa, para transformarlo en una laguna artificial que atrae una gran diversidad de especies de aves durante todo el año. Estamos además encantados con la prohibición del uso de 24-D volátil en primavera/verano, ya que nuestro parque había padecido el efecto dañino de derivas de ese producto sobre árboles caducos y otras especies en los estadios de rebrote primaveral.
Nuestros pares del CREA San Manuel (región Mar y Sierras) nos permiten la posibilidad de validar lo que hacemos y nos alientan para seguir experimentando nuevas tecnologías orientadas a abordar los problemas nuevos que surgen de nuestra actividad; en especial a perder el miedo a equivocarnos en nuestras experimentaciones. Al tratarse además de un grupo que incluye diversos perfiles empresarios, nos nutrimos con las diferentes perspectivas que nos aportan.
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Recorrida realizada por integrantes del CREA San Manuel en un lote con un ensayo realizado en el establecimiento de la familia Cameron.
Buscamos siempre aprovechar al máximo nuestro tiempo en el establecimiento agropecuario, obteniendo lo mejor de él para nuestra vida familiar, el crecimiento de la empresa y el desarrollo de la comunidad en la que vivimos, lo que incluye, por supuesto, estar involucrados en el tejido social, interesarse sobre la cuestión ambiental y mantenerse constantemente actualizados sobre la aplicación de metodologías y tecnologías. Vivir en y para el campo moldea nuestro comportamiento y nuestro comportamiento, a su vez, moldea el entorno en el que vivimos.
Cada generación que ha vivido en el establecimiento agropecuario ha logrado que eso funcione para ellos. Para nosotros eso ha significado tomar las riendas, hacer crecer el negocio, adecuar el campo a los nuevos tiempos y la vida familiar según nuestros propios criterios. ¿Alguno de nuestros hijos elegirá el mismo camino? Solamente el tiempo lo dirá, pero, lo hagan o no, estaremos igual de felices por ellos. Es esencial amar al campo si alguien decide hacerlo –cada día de su existencia– su modo de vida.
Sean Cameron