La mayor estabilización de la economía argentina permite comenzar a levantar la mirada luego de varios años en los que sólo era posible proyectar el corto plazo. Así, ganan relevancia agendas antes relegadas y que implican un cambio y una adaptación importante respecto a la forma previa de “funcionar” que tenían las empresas en un contexto de altísima volatilidad inflacionaria y cambiaria.
En este punto, la competitividad de la producción argentina es fundamental para generar un flujo de exportaciones que permita cubrir las necesidades de divisas de un país en crecimiento.
Ser competitivos a escala global no es sencillo y se construye sobre una serie de factores sistémicos: juegan un rol tanto las condiciones macroeconómicas como la previsibilidad del marco normativo, la solidez de las instituciones, la calificación del capital humano y una infraestructura adecuada, entre otros.
La inestabilidad precedente se caracterizó por la ganancia y pérdida de competitividad vía precios, mediante devaluaciones y apreciaciones cambiarias. Por supuesto, la economía no podía continuar funcionando de la forma en que lo hacía. A las devaluaciones seguían ciclos de corrosión de la competitividad a través de los aumentos de precios al interior de la economía que conducían a una nueva ronda de devaluación y a una aceleración inflacionaria constante.
De esta forma, en un programa económico de estabilidad resulta necesario buscar ganancias de competitividad en otros aspectos no relacionados al tipo de cambio que procedemos a analizar en el informe.
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