El extremo sureste de Santiago del Estero, más específicamente la localidad de Colonia Alpina, departamento de Rivadavia, tiene la particularidad de contar con los dos únicos tambos CREA de la provincia.
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SUSCRIBITECasi en el límite con Santa Fe, Matías Leiva gestiona uno de los dos tambos CREA presentes en la provincia de Santiago del Estero
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SUSCRIBITEEl extremo sureste de Santiago del Estero, más específicamente la localidad de Colonia Alpina, departamento de Rivadavia, tiene la particularidad de contar con los dos únicos tambos CREA de la provincia.
Lejos de las “temperaturas agobiantes y suelos inertes” que uno suele imaginarse, esta zona comparte cualidades con sus vecinas Santa Fe, a 4 kilómetros, y Córdoba, a 60 kilómetros, características que la convirtieron en una pequeña cuenca extrapampeana.
“Entre la ciudad de Selva, 36 kilómetros al norte de Colonia Alpina, y Colonia Mackinlay, 25 kilómetros al sur, hay alrededor de 160 tambos chicos, con un promedio de 150 vacas totales. O sea, hay cierta cultura tambera”, explica Matías Leiva, propietario de uno de los establecimientos CREA.
A la cultura tambera se le suma una fuerte cultura cooperativista, representada en esa localidad por la Cooperativa Tambera y Agropecuaria Nueva Alpina Ltda. “Hace mucho tiempo atrás, la cooperativa oficiaba de intermediaria entre los asociados y SanCor, entonces todos le entregaban la leche a esa industria. Después ya no cumplió más esa función y cada productor le comenzó a entregar directamente a la usina que quería”, cuenta. Hoy comercializan mayormente con Williner (Savencia), Verónica, Tregar y AdecoAgro.
En las últimas décadas, la cooperativa sufrió un decrecimiento en el número de socios, de la misma manera que la cuenca experimentó una caída en el número de tambos. ¿Las causas? Las sequías recurrentes y un fuerte proceso de agriculturización, que afectó a esa cuenca más que a las vecinas. “Yo hace veinte años que estoy acá y, aparte de tener tambo, ejerzo la profesión veterinaria. Y he notado que desde 2008 a 2010 se estancó el crecimiento de la comunidad. Se achicaron las cooperativas, se cerraron tambos y el movimiento es menor; incluso los jóvenes se van y no estoy viendo que vuelvan”, puntúa.
Como tercera generación de productores lecheros (por ambos lados), Matías es un enamorado de los animales y un convencido de lo que la lechería aporta a las comunidades del interior. “Estos son todos pueblos que han crecido mucho en base al tambo. Genera arraigo y mucho movimiento económico que queda en la zona, y eso a mí me motiva. Por eso, no me gusta esto del tambo versus la agricultura. Yo creo que las dos actividades son muy buenas y se tendrían que complementar, ¡y acá que se puede! Al igual que la ganadería”.
Por eso, lejos de seguir la tendencia en la zona, continua hoy con el legado familiar. “Mi abuelo paterno fue encargado de un establecimiento grande de la zona y con un crédito compró un campo cerca de un paraje que se llama La Isleta. Ahí empezó a comprar vacas lecheras, puso el tambo y se metió en el movimiento cooperativista. Así arrancó la historia”, cuenta Matías, quien hoy trabaja en sociedad con su padre (Mahuro S.A.), tras la disolución de la sociedad entre éste y su tío.
De un establecimiento rentado de 178 hectáreas totales (15 son de monte de algarrobo, quebracho blanco y espinillo), 130 hectáreas las destinan al tambo, que hoy cuenta con 175 vacas totales, entre producción y secas.
A cinco kilómetros poseen un campo propio de 180 hectáreas donde realizan la recría de vaquillonas y el engorde de los machos, y luego alquilan 500 hectáreas en la zona, que destinan a la agricultura para venta de granos.
Llevan adelante un sistema pastoril a base de alfalfa bajo la premisa de “producir y cosechar mucho pasto”. Rotan las pasturas con maíz para silo, con el que estabilizan la producción, y maíz para grano, que destinan al tambo o venden. “Antes hacíamos verdeos de invierno, como avena o trigo, pero hace tres años que no estamos haciendo por la falta de agua”, advierte.
La recría se encuentra encerrada hasta los 150 kilos y luego es largada al campo con suplementación de silo. Al macho, en tanto, se lo lleva hasta los 120 kilos con iniciador y rollo de alfalfa para terminarlo luego a campo con grano. “Si necesitamos tenerlo más rápido, lo volvemos a encerrar con grano y algún suplemento, pero es temporal y estratégico”. El tambo sólo se encierra eventualmente por cuestiones climáticas, sobre todo en invierno.
El rodeo de los Leiva se compone de vacas Holando de aproximadamente 530 kilos con las que logran producciones individuales de 18-19 litros promedio anual.
“Al principio era todo Holando convencional, que era la genética que producía la cooperativa, pero cuando se cerró el programa de mejoramiento genético, empezamos a utilizar semen Holando neozelandés. Es similar, pero un poco más fina, menos robusta”, describe.
La parición es biestacional (60% en otoño y 40% a fines de invierno / primavera), aunque están evaluando modificar ese esquema debido a problemas de estrés térmico registrado en los partos de marzo. “El último tercio de la gestación lo cursan en verano y estuvimos teniendo problemas; entonces la idea es hacer una estación más larga, de cuatro o cinco meses, en vez dos cortas de dos meses y medio. Igualmente, hay que evaluarlo bien por el tema financiero, ya que va a haber una época del año con muy poca leche”.
El río Salí desagua la mayor parte del territorio de Tucumán, recibiendo además afluentes de Salta y Catamarca. Al ingresar a Santiago del Estero, toma el nombre de Río Dulce y, luego de atravesar la provincia en forma diagonal, desemboca en la laguna Mar Chiquita en Córdoba; ese río pasa a 28 kilómetros del establecimiento de los Leiva, donde se abre en forma de bañados.
Pese a la cercanía, no es un recurso que pueda ser aprovechado para la ganadería, que debe conformarse con agua de perforación altamente salobre. “Tienen de 7 a 10 gramos por litro –incluso más en otros campos– de sales totales. Y dentro de estas, tienen de 2 a 4 gramos por litro de sulfato, mayormente de magnesio, que producen mucha diarrea. Si vos lees las tablas, no son aptas para consumo animal… pero acá la toman. El tema es que te pone un techo a la producción, sobre todo en el tambo”, enfatiza Matías.
Aunque los suelos son muy buenos, las precipitaciones son otra limitante. La media son 780 milímetros al año –distribuidos principalmente en verano y parte de otoño– y desde hace cuatro años, se encuentran 200 milímetros abajo. “Donde tenemos el tambo, que es como una loma, las napas están lejos, a 12 metros. Entonces la alfalfa sufre mucho; sumado a eso, las temperaturas altas generan mucha pérdida de agua en los suelos por evaporación”, señala. Distinto es, aclara, para el lado de Ceres (Santa Fe), donde las napas están a cinco o seis metros y mejora la calidad de agua. Frente a esto, realizan siembras de baja densidad y reservas para sostener las producciones en el tambo, ya que las pasturas son las que más sufren la carencia hídrica.
Otro problema en la zona es la presencia de moscas hematófagas, la de los cuernos y la brava, que suelen generar un importante estrés en los animales. “Algunos años aparecen además los tábanos y, cuando hay humedad, es conocida la zona por los mosquitos, porque tenemos muy cerca los bañados del río Dulce”, subraya.
A futuro, Matías se ve apostando al tambo e, incluso, creciendo en escala. Justamente, se encuentra presupuestando algunas renovaciones en sala y corrales. “Estamos ahora en un tambo viejo, obsoleto para lo que hoy es la lechería, y estamos evaluando hacer uno nuevo, metiéndole algo de tecnología. Algo sencillo, pero apostando al confort de los animales y de las personas. Estamos evaluando, por ejemplo, el tema de los collares o caravanas electrónicas para trabajar más firmemente con datos”, asegura.
No está solo en esto. El grupo CREA Sureste Santiagueño (región Chaco Santiagueño), lo acompaña desde hace casi tres años. El denominador común entre los miembros es la agricultura, pero dos hacen además ganadería y otros dos hacen tambo.
La experiencia, asegura, viene siendo muy buena. “Hay dos cosas que rescato del grupo: una, es esto de animarte a mostrar lo que estás haciendo y saber escuchar, porque te van a decir lo bueno y lo malo. Y por supuesto, la metodología y las herramientas, tanto técnicas como de cuestiones blandas. A pesar de que de que somos empresas bastante variadas, coincidimos mucho en temas de gestión y de sucesión, con todo lo referido a las nuevas generaciones”, concluye.