El ingeniero recordó que toda la energía que sostiene la vida en el planeta proviene de la fotosíntesis. El proceso de captura de dióxido de carbono (CO) atmosférico y su transformación en materia orgánica se da a través de las plantas, y los sistemas de pastoreo son los que determinan su estabilidad y continuidad. “Además de las moléculas orgánicas, entran en juego los ecosistemas. La biodiversidad genera fotosíntesis más estables. Así como el ADN permite transmitir información, la diversidad biológica asegura sistemas más resilientes”, agregó.
La pregunta entonces es qué distingue a una ganadería regenerativa de una que no lo es. “Hay muchos sistemas de pastoreo que pueden ser regenerativos. Lo importante es identificar qué nos dice que un suelo está en proceso de regeneración”, indicó. Durante la recorrida por los potreros de El Castillo, ilustró con ejemplos concretos. “Cuando vemos suelos cubiertos con especies perennes, sabemos que hay regeneración. En cambio, un suelo desnudo, sin cobertura, no tiene ninguna posibilidad de capturar energía solar ni de transformar dióxido de carbono en carbono orgánico”, señaló.
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“Cuando vemos suelos cubiertos con especies perennes, sabemos que hay regeneración. En cambio, un suelo desnudo, sin cobertura, no tiene ninguna posibilidad de capturar energía solar ni de transformar dióxido de carbono en carbono orgánico”, señaló Santos Torrado.
Para graficarlo, comparó el suelo con una bomba solar: “Si un productor tiene un panel de un metro por uno y otro tiene uno de tres por tres, el segundo capta más sol y obtiene más caudal. En el campo pasa lo mismo: cuanto mayor es el área foliar y la cobertura vegetal, más antenas fotosintéticas tengo y más carbono puedo capturar”.
A partir de este principio se desprenden otros indicadores. Uno de los más relevantes es la tasa de infiltración de agua, que determina el funcionamiento del ciclo hídrico. “El modulador de la vida es el agua. En Pergamino, con 1.000 milímetros anuales, la diferencia está en cómo usamos esa lluvia. Un suelo con más carbono, es decir con más materia orgánica, tiene más porosidad y puede absorber mejor el agua. Esa planta, con más agua disponible, fotosintetiza más, tiene más hojas, más vida, y vuelve a capturar más carbono”, afirmó.
En síntesis, los procesos regenerativos se expresan en la mayor cobertura vegetal, biodiversidad y productividad, acompañadas por una mejor infiltración y retención de agua. Todos estos factores convergen en un mismo resultado: más carbono en el suelo, que no solo refleja un ecosistema más vivo, sino que también constituye la base para la certificación y venta de bonos de carbono.
Pastoreo planificado
La herramienta que permite a los ganaderos optimizar y mejorar los ecosistemas es el pastoreo. Santos Torrado explicó que, en los inicios del enfoque regenerativo, muchas experiencias apostaban por clausurar los ambientes degradados, como ocurrió en zonas áridas de la Patagonia. Sin embargo, en la mayoría de los casos la degradación persistió. “Clausurar no logra restaurar los ambientes cuando existen estaciones secas. Solo en ecosistemas húmedos todo el año esas clausuras permiten recuperar la vegetación. En los demás casos, los procesos ecosistémicos —la fotosíntesis, el ciclo del agua, la formación de materia orgánica— se detienen. El suelo queda expuesto, se oxida y pierde carbono”, explicó.
La observación de distintos ambientes del planeta llevó a concluir que la restauración requiere la presencia de grandes rumiantes. “En las llanuras pampeanas, en las planicies norteamericanas, africanas o rusas, los grandes herbívoros siempre formaron parte del sistema. En las estaciones secas, cuando la vegetación se seca, el rumen de los animales mantiene la actividad microbiana y la humedad que permiten reiniciar el ciclo biológico. Ellos consumen esa materia seca y la reincorporan al suelo, restableciendo el ciclo de carbono y agua”, señaló.
Para que ese proceso funcione, es necesario replicar las dinámicas naturales de aquellos ecosistemas. “En las planicies, los herbívoros convivían con grandes predadores —pumas, leones, tigres dientes de sable— que los obligaban a moverse en grupos. Comían, defecaban y se desplazaban, porque no querían volver a pastar cerca de la bosta. Al moverse, dejaban zonas fertilizadas que, al rebrotar, volvían a ofrecer alimento. Esa dinámica natural es el fundamento del pastoreo rotativo”, explicó.
Según el técnico, el pastoreo planificado con tiempos cortos de ocupación y descansos adecuados reproduce ese equilibrio ecológico. “Es lo más parecido a cómo funcionaban las planicies naturales. Permite restablecer el flujo de energía, el ciclo del agua y la fertilidad del suelo”, sostuvo.
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De acuerdo con la experiencia de la empresa, el pastoreo planificado con tiempos cortos de ocupación y descansos adecuados permite restablecer el flujo de energía, el ciclo del agua y la fertilidad del suelo.
Manejo 1: plan abierto
Para alcanzar los objetivos de restauración y productividad, Campo 21 implementa una planificación del pastoreo adaptada al ciclo de crecimiento del pasto. “Dividimos el año en dos estaciones: una en la que el pasto crece y otra en la que el crecimiento se detiene o es muy lento. A medida que uno se desplaza hacia el oeste, esa diferencia se acentúa”, explicó.
Durante la estación de crecimiento, que en la zona comienza a fines del invierno y se extiende desde septiembre hasta mayo, el objetivo principal es aprovechar el crecimiento vegetal sin sobrepastorear. “El sobrepastoreo ocurre cuando se come una planta antes de que haya podido recuperarse del último pastoreo. Es decir, antes de que haya desarrollado su área foliar y repuesto sus reservas. Si eso ocurre, se debilita y pierde capacidad de rebrote”, detalló.
Para evitarlo, el equipo planifica los descansos entre pastoreos en función del tiempo de recuperación de cada lote, la calidad del ambiente y la carga animal. “Buscamos hacer pastoreos muy cortos, con rodeos numerosos, para que las plantas no sean comidas dos veces dentro del mismo ciclo. Así protegemos sus reservas y mantenemos la capacidad de rebrote”, señaló.
Este esquema, que la empresa denomina plan abierto, permite además acumular forraje para la estación invernal, cuando el crecimiento se reduce. “Durante este periodo, la tasa de consumo es inferior a la tasa de crecimiento. Vamos construyendo una cuña de pasto para el invierno. Y es justamente en esta etapa donde se produce la regeneración”, indicó.
El mecanismo que sostiene ese proceso está en la dinámica de las raíces y la microvida del suelo. “Cada vez que la planta es pastoreada, ajusta su equilibrio entre parte aérea y raíces. Parte del sistema radicular se descompone y libera carbono al suelo. Al mismo tiempo, la planta libera exudados ricos en carbono que estimulan la microflora y microfauna del suelo, favoreciendo la solubilización de nutrientes y su propio rebrote”, explicó.
Ese ciclo continuo convierte al pastoreo planificado en una verdadera “bomba de carbono”. “En cada rebrote y en cada pastoreo, el suelo recibe un nuevo aporte de carbono. Por eso los suelos más fértiles del mundo se formaron en pastizales. La región pampeana, las llanuras norteamericanas o las estepas de Ucrania y Rusia son ejemplos de eso”, señaló.
Según el técnico, desde que comenzó la agricultura los suelos pampeanos perdieron cerca de la mitad de su materia orgánica, pero conservan una alta productividad. No obstante, advirtió que, en la actualidad, ese mecanismo no estaría funcionando en muchos planteos, y esto amenaza con una mayor baja de la fertilidad. “El plan abierto busca reeditar esa bomba de carbono, restableciendo los procesos biológicos que construyeron los grandes suelos fértiles del planeta”, aseguró.
Manejo 2: plan cerrado
Durante el invierno, cuando el crecimiento del pasto se reduce al mínimo, la empresa aplica lo que denominan plan cerrado. “En esta etapa el objetivo no es tanto la regeneración, porque al no haber crecimiento no hay captura significativa de carbono. Lo que buscamos es administrar de la mejor manera el forraje acumulado durante la estación de crecimiento”, explicó Santos Torrado.
Al comenzar el período invernal se realiza un inventario de pasto disponible, producto de la reserva construida en los meses previos. “Hacemos un balance entre la oferta acumulada y la demanda que vamos a tener desde mayo hasta septiembre. Como el crecimiento es muy bajo, planificamos la tasa a la que iremos consumiendo ese pasto, para llegar bien al final del invierno”, detalló.
En esta etapa, el foco está en manejar la estructura de la pastura y mantener el estado corporal del rodeo. “A veces, si observamos plantas poco deseadas o un crecimiento desmedido de algunas especies, utilizamos el impacto animal —el pisoteo, la orina, la bosta— para corregirlo. Buscamos concentraciones más altas de animales en ciertos sectores para equilibrar la cobertura y favorecer la renovación de las pasturas”, explicó.
El sistema se organiza con descansos largos, que pueden ir de 90 a 120 días o más, y con un monitoreo constante del stock forrajero. “Es clave ir siguiendo cuánto pasto queda disponible para ajustar el ritmo de consumo y llegar con buena base al inicio de la primavera”, remarcó.
Además, la planificación del plan cerrado incluye la logística de movimiento de los rodeos. “A medida que rotamos, también aprovechamos para ubicar la hacienda en los sectores que nos faciliten otras tareas: cerca de los corrales cuando hay que encerrar, o en los potreros de parición en los momentos necesarios. Todo forma parte del pastoreo planificado, tanto en el plan abierto como en el cerrado”, explicó.
Durante la recorrida de la jornada, los participantes observaron lotes concretos del establecimiento El Castillo, donde se discutieron las distintas estructuras de pasturas que favorecen este manejo y aquellas que aún presentan desafíos.