20 de abril de 2025 en Buenos Aires

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Un productor entre dos pasiones: el andinismo y la vitivinicultura

La bodega Los Dragones produce vinos con impronta andina en el Valle de Calingasta. Apuesta a regiones nuevas y variedades no tradicionales en el CREA Vignerons.

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Por CREA Región Valles Cordilleranos | VAC

Hace 20 años, Andrés Biscaisaque llegó a Barreal, San Juan, apasionado por el andinismo. Allí ascendió a cerros aún no explorados, y bautizó algunos con nombres propios, como Los Dragones, a 5600 metros sobre el nivel del mar (msnm). Hoy esa denominación también identifica a su bodega, en el Valle de Calingasta, donde combina su amor por las montañas y la vitivinicultura.

La historia de Andrés está ligada al campo, aunque su trayectoria en el mundo del vino sea más reciente. Proviene de una familia con dos generaciones dedicadas al agro en Necochea, provincia de Buenos Aires, donde hacen agricultura, forestación y ganadería, e integran el grupo CREA San Manuel, en la región Mar y Sierras.

“La empresa familiar empezó con mi padre y hoy la gerenciamos con mis dos hermanos”, explicó Andrés. Martín, agrónomo, está a cargo del campo en Necochea; Fernando, contador, administra ambos proyectos; y Andrés se encarga de la bodega en Barreal, integrante del grupo CREA Vignerons, en la región de Valles Cordilleranos.

Aunque inicialmente Andrés no trabajaba en la empresa familiar y se dedicaba por completo al andinismo, su mudanza a San Juan marcó un punto de inflexión. “Cuando empecé a hacer vinos, mis hermanos me propusieron asociarnos para una iniciativa más grande”, relató. Aunque su idea inicial era pequeña y artesanal, fue creciendo hasta convertirse en una finca de 5 hectáreas, con 3 hectáreas plantadas, corredores biológicos, una bodega y un emprendimiento turístico con restaurante.

A su entender, Barreal es uno de los secretos de Argentina. “La bodega está ubicada en un lugar privilegiado, con vista directa a 300 km de la cordillera”, afirmó. Por estos días, mientras se encuentra ocupado de la vendimia, comentó que ya terminaron las cosechas con buenos resultados: “Ahora estamos fermentando y descubando, para entrar en la etapa de crianza, en barricas o tanques de cemento, según cada vino”.

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Espíritu montañés

Andrés descubrió su vocación por el montañismo en la adolescencia. “Empecé por pasión. Me gusta el deporte, la aventura y la exploración. Pero también tenía que vivir de algo”, explicó. Estudió materias de las carreras de geografía, geología y comercio exterior, pero abandonó la facultad para fundar, junto a un amigo, la escuela de montañismo Pangea, en Adrogué y Burzaco, provincia de Buenos Aires. Luego trasladó esa experiencia a la cordillera, donde realizó expediciones guiadas, cursos de escalada en roca y hielo y tareas de logística.

Además llevó a cabo ascensiones en diferentes montañas de Argentina y Perú, e incluso realizó excursiones al Himalaya, la cordillera más alta del planeta. Pero fue en el Valle de Calingasta, en San Juan, donde encontró su lugar en el mundo. “Es una zona espectacular para el montañismo. Desde la finca veo el Aconcagua, el cerro Mercedario, que es el más alto de la provincia de San Juan, con 6700 metros, y estamos frente a las cordilleras de Ansilta y de la Totora”, describió.

“Hace 20 años vine por primera vez a escalar a este lugar. Desde esa vez, volví casi todos los años, y hace una década me instalé acá a vivir”, contó. Durante este tiempo también se dedicó a recorrer zonas inhóspitas del valle. Junto a un amigo, Martín Neimark, ascendió a cerros vírgenes, como el que llamaron Los Dragones, que hasta ese momento era el más alto sin explorar de San Juan. El nombre lo pusieron en referencia a unas cabras, cuyos rostros les hacían acordar a los animales mitológicos. Actualmente, ése es el nombre oficial de la montaña, tal cual figura en las cartas topográficas del Instituto Geográfico Nacional (IGN).

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Vinos de altura

El comienzo del emprendimiento vitivinícola de Biscaisaque fue “una aventura”. Todo empezó junto a su amigo Francisco Bugallo, de la bodega Cara Sur, ubicada en el Valle de Calingasta, con viñedos de más de 80 años. “En el valle hay parrales antiguos con variedades criollas y también de uvas tintas italianas, además de viñas con sistemas de espalderos de Malbec, principalmente”, detalló, y apuntó: “Pancho hace grandes vinos y es andinista. Fue quien me introdujo en este mundo”.

En 2014, Andrés realizó su primera cosecha junto a Francisco en la finca Maggio. “Después llevé esas uvas en un tanque a Buenos Aires. El proceso de fermentación comenzó en el viaje y continuó en una habitación que acondicionamos en mi casa de Burzaco. Ahí hicimos el primer vino junto con mi compañero de escalada”, explicó. Aquella primera producción fue de 500 botellas y se denominó Alfil, el mismo nombre con el que bautizaron otro cerro de Calingasta, en el que ambos hicieron la primera ascensión. “Hoy sigo haciendo ese vino, con las mismas uvas”, agregó.

Actualmente, en su propia finca, Andrés cuenta con 3 hectáreas plantadas con las variedades Malbec, Garnacha, Syrah y Criolla chica. Además de la producción propia, compra uvas de calidad a productores de la zona, con quienes mantiene un vínculo de mucha confianza.

El Valle de Calingasta es una pequeña región con solo 300 hectáreas plantadas de vid y grandes desafíos para la viticultura, debido a sus condiciones extremas. “Es un lugar con suelos muy pedregosos situados a gran altitud, a 1650 msnm, con vientos fuertes, bajas temperaturas invernales que pueden alcanzar 14 grados bajo cero y a veces pueden dañar las plantas, sumado a las heladas tempranas y tardías”, indicó. “Por eso a veces cuesta establecer los viñedos jóvenes”, agregó.

A pesar de las dificultades, la finca logró adaptar su producción a las condiciones del valle, enfocándose en la calidad por sobre el rendimiento. “A partir de ese objetivo implementamos distintos métodos de plantación y formas de conducir la uva para que sea de gran calidad”, afirmó.

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Del Torrontés a la Garnacha

La primera añada comercial de la bodega fue en 2018, con una producción pequeña que se comercializó principalmente en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Hoy elaboran entre 25.000 y 30.000 litros anuales y cuentan con distribuidores en Córdoba, en el NEA, en la Patagonia y, desde hace dos años, en mercados internacionales como Estados Unidos, Brasil, Perú, España y Japón.

Entre los productos que elaboran, el Alfil ocupa un lugar especial. “Es un vino muy representativo de nuestra bodega, una cofermentación de Bonarda y Torrontés”, explicó Andrés. “En la línea Los Dragones, el Torrontés sanjuanino se destaca porque es distinto al clásico varietal argentino (que es el Torrontés riojano), que suele ser muy aromático. En nuestro caso, lo hacemos con una crianza oxidativa en barricas”, añadió.

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Otra apuesta de la bodega son las variedades no tradicionales, como la Garnacha, una uva de origen español que tuvo su auge en Argentina hace décadas, principalmente comercializada como vino a granel, y que ahora vive un renacimiento a nivel mundial. “Es una uva ligera pero compleja, parecida al Pinot Noir. Da vinos tintos livianos pero con mucha profundidad”, describió.

En Argentina hay solo 30 hectáreas plantadas con esta variedad, y la bodega Los Dragones fue pionera en introducirla en el Valle de Calingasta. “Tenemos la primera Garnacha plantada en el valle, en una hectárea. Los resultados fueron excelentes. Las plantas tienen mucha sanidad, buen vigor y producen uva de calidad”, comentó.

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El proceso de introducir una nueva variedad en la zona no es sencillo. “Tenés un gran margen de incertidumbre y necesitás entre tres y cinco años para ver los resultados”, relató. Primero, hay que esperar que la vid inicie su ciclo vegetativo y, recién al tercer o cuarto año, comience a producir uvas. Luego, el vino requiere un año, como mínimo, de crianza. “Son ciclos largos, y no siempre salen bien. Con la Garnacha nos salió muy bien”, celebró. El resultado es El Pedrazal, uno de los vinos tope de gama de la bodega.

La empresa ofrece la oportunidad de comprar y degustar sus vinos a turistas, mediante visitas guiadas y su propio restaurante, rodeado de montañas. Para este proyecto, se asociaron con Alyssa Montagnac, una joven francesa que también se enamoró de Barreal, y cuentan con la colaboración de Juan Pablo Beltramino, un productor local de quesos de cabra de alta calidad, denominados Ylla y también miembro CREA; y de Alessandro Ribeiro, brasileño, sommelier encargado del turismo.

Reservorio de biodiversidad

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La bodega y la finca cuentan con la certificación Argentina Sostenible de Corporación Vitivinícola Argentina (COVIAR). “Fuimos la primera bodega de San Juan en obtenerla”, subrayó. Para la producción no utilizan herbicidas y priorizan métodos respetuosos con el ambiente. En este sentido, una de las herramientas fundamentales son los corredores biológicos. “Funcionan como un reservorio de biodiversidad, aportando servicios ecosistémicos. Los aromas de las plantas nativas y de las flores se transmiten al viñedo, a las uvas y, finalmente, al vino”, afirmó.

Uno de los servicios ecosistémicos más tangibles es el control de plagas. “Cuando plantamos los viñedos, las hormigas se comían las plantas”, recordó. Para solucionarlo, decidieron regar las áreas cercanas a las viñas, para que creciera vegetación nativa de manera espontánea. “Así se formaron los corredores biológicos. Ahora, la presión de las hormigas es mucho menor porque tienen otras plantas más tiernas para comer”, explicó. Este equilibrio natural también favorece la polinización y el control de plagas, reduciendo la necesidad de usar insumos externos.

Además sembraron trébol blanco y gramíneas anuales entre las hileras de los viñedos. “El trébol blanco no compite con la vid, fija nitrógeno y ayuda a combatir gramíneas perennes como la chipica, que sí compite con la vid”, detalló Andrés. Estas plantas protegen el suelo, evitando que quede desnudo, mejoran la retención de agua y regulan la temperatura.

Junto a la finca de Barreal, también certificaron la finca Pastorelli, en el paraje Hilario, con la que trabajan en conjunto parrales antiguos. “Nuestro amigo Fran Cruz Pastorelli continúa con el legado de su abuelo Franco, y juntos buscamos producir uvas y vinos de calidad con viñedos que son patrimoniales”, comentó.

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11 cabezas piensan más que una

“En estos años aprendí de manera autodidacta y a través de pasantías, pero también conté con el apoyo de amigos agrónomos y enólogos, además de mi hermano Martín”, reconoció Andrés. “El mundo de la vitivinicultura es muy colaborativo. Siempre hay alguien dispuesto a compartir conocimientos y experiencias. Muchas personas nos ayudaron en este proceso, y nosotros siempre intentamos hacer lo mismo”, opinó.

En su desarrollo profesional y en la gestión de sus proyectos fue clave la metodología CREA. “Desde chico vi cómo el grupo CREA San Manuel ayudó a transformar la empresa familiar en Necochea. Cuando decidí avanzar en el proyecto vitivinícola, mis hermanos me impulsaron a presentar la idea ante el CREA. Ahí analizamos juntos si convenía entrar al proyecto, en qué escala y cómo hacerlo”, mencionó.

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“Ricardo García, un ingeniero muy reconocido en Argentina y a nivel internacional, fue quien me introdujo en el mundo CREA de Cuyo, a través del grupo Vignerons, integrado por pequeños productores que hacemos todo el proceso: la viticultura, la enología y la comercialización”, afirmó.

Para finalizar, destacó la importancia del intercambio de experiencias y conocimientos como metodología de trabajo: “No hay muchas recetas o información establecida para este territorio. Por eso, contar con 11 cabezas pensando en el CREA es invalorable”, concluyó.

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