11 de mayo de 2025 en Buenos Aires

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Agricultura regenerativa, una mirada integral desde el periurbano para unir el campo y el pueblo

Debates familiares, tensiones campo-ciudad y un viraje hacia un sistema más sostenible. La historia del establecimiento Bremor en Córdoba.

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Por CREA Región Córdoba Norte | COR

En el periurbano de Laguna Larga, Córdoba, la empresa familiar Bremor, integrante del CREA Río Primero, en la región CREA Córdoba Norte, enfrentó un desafío que trasciende lo productivo: la creciente tensión entre el campo y el pueblo. A raíz de este conflicto, comenzó a implementar nuevas prácticas de agricultura regenerativa y buscó integrarse con la comunidad.

"En casi todos los periurbanos existe una tensión entre el área urbana y la rural", señaló Juan Whitworth Hulse, parte de la nueva generación familiar junto su hermano y hermana, durante una jornada de actualización técnica organizada recientemente por la región Córdoba Norte de CREA en Montecristo. Para él, ese malestar se intensificó a partir de 2008, impulsada por las críticas al uso de agroquímicos, la difusión mediática y algunas malas prácticas agrícolas en la zona.

La situación también generó incomodidad puertas adentro. "Siempre insistí en que había que hacer una autocrítica sobre por qué nos miraban mal. Tal vez sea por cuestiones ideológicas o por la mala prensa, pero si hay una percepción negativa, algo debemos revisar", reconoció Juan. Esa inquietud se convirtió en el punto de partida de una transformación empresaria y familiar.

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Criado en el campo, Juan estudió Biología en la Universidad Nacional de Córdoba, donde comenzó a observar la producción desde otra perspectiva. "Nunca negué que venía del campo, pero sentía una contradicción con el modelo productivo de la empresa familiar", recordó. El ingreso al grupo CREA, en 1999, y la posterior reestructuración del establecimiento en 2010 marcaron los primeros pasos del cambio.

"Con el asesor CREA nos preguntamos qué queríamos hacer como empresa familiar. Mi primer planteo fue mirar más allá del lote y discutir sobre el uso de agroquímicos y prácticas que favorezcan la biodiversidad. Pero no me fue bien, aún no era el momento. Ese tropiezo me enseñó a no ser tan reactivo y a reconocer que pude estudiar en la universidad gracias a la renta que generaba la soja y el maíz", reconoció.

En 2018, tras haberse mudado a San Luis, Juan se integró al Grupo de Estudios Ambientales (GEA- IMASL), dependiente de la Universidad Nacional de San Luis (UNSL) y del CONICET, donde investiga los sistemas agrícolas de Córdoba y Buenos Aires con foco en la sostenibilidad. Esa experiencia lo ayudó a profundizar la mirada sobre el modelo productivo y repensar su vínculo con la empresa.

El punto de inflexión llegó durante la pandemia, cuando junto al padre, Carlos, comenzaron a participar de encuentros virtuales sobre agroecología y agricultura sostenible. "Ahí fue el cambio. Empezamos a planificar otra forma de hacer agricultura, salimos juntos de la zona de confort", recordó. Después del confinamiento, volvió al campo e inició un proceso de transición hacia prácticas regenerativas.

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Cambio de paradigma

“Gran parte de la información disponible en ese momento era de región pampeana, particularmente de provincia de Buenos Aires, y era difícil aplicarla en un sistema como el nuestro, en el centro-norte de Córdoba, donde llueve menos”, explicó Whitworth Hulse. Frente a esa limitación, comenzaron a trabajar sin agroquímicos, tanto bajo riego como en secano, en un lote de 6 hectáreas al que llamaron “módulo periurbano” y otro área de la misma superficie con manejo convencional. Allí empezaron a generar datos propios para manejar malezas combinando, con cultivos de servicio y herramientas mecánicas previo a la siembra del cultivo de renta. Para esto fue clave la planificación y el trabajo con el personal del campo, el grupo de Cambio Rural Agroecológico (MILPA) y el CREA.

En la parcela experimental sin uso de agroquímicos, y en otros lotes del campo, analizaron alternativas para implementar cultivos de servicio, como vicia y centeno, monitoreando el consumo de agua y la evaporación directa del suelo en barbecho. La intención era llevar, de forma gradual, toda la empresa hacia una agricultura regenerativa.

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“El objetivo era aprender a manejar los cultivos de servicio para que compitan con las malezas y mejoren la fertilidad físico-química y biológica del suelo, una forma de intensificar la producción desde lo agronómico, cuidando el agua útil para el cultivo de renta. Desde lo ecológico, este sistema fomenta la biodiversidad y servicios ecosistémicos como la polinización y el control biológico”, contó. De esta forma, el campo empezó a ser concebido desde una mirada más integral.

El historial del módulo periurbano permite observar con detalle los resultados obtenidos desde el inicio del ensayo, en 2020/21. Los rendimientos fueron alentadores bajo riego, aunque más limitados en secano. Ese ciclo, el maíz sin agroquímicos rindió 10.630 kg/ha bajo riego (frente a 11.670 kg/ha del manejo convencional) y 8.800 kg/ha en secano (vs. 10.300 kg/ha convencional), ambos con márgenes brutos positivos pero inferiores a los del sistema convencional (10% y 16% menos, respectivamente). En 2021, el trigo bajo riego sin agroquímicos logró un margen bruto superior al convencional (+6%). Sin embargo, las campañas siguientes dejaron en evidencia las limitaciones de este manejo en condiciones más restrictivas bajo secano.

En 2021/22 sembraron soja, con resultados muy distintos según el manejo. Bajo riego, la soja sin agroquímicos rindió 2.500 kg/ha, superando a la convencional (2.200 kg/ha) y arrojando un margen bruto un 26% mayor. Pero en secano, la alta presencia de malezas impidió incluso la cosecha, lo que generó un margen negativo de 185 dólares por hectárea. El escenario más crítico se dio en 2022/23 con el maíz en secano sin agroquímicos, que apenas alcanzó 700 kg/ha y arrojó un margen negativo de 387 dólares por hectárea. En cambio, ese mismo año los lotes convencionales en secano obtuvieron muy buenos rendimientos.

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Frente a esos resultados, en la campaña 2023/24 decidieron hacer algunos ajustes en el módulo periurbano para los cultivos de verano. Incorporaron una única aplicación de agroquímicos en preemergencia y, si era necesario, un herbicida de rescate. Este nuevo esquema de manejo se evaluó en dos ensayos apareados. Con esa estrategia, sembraron soja en secano y bajo riego, y lograron márgenes brutos positivos tanto en el manejo convencional como en los tratamientos con uso mínimo de insumos. En el caso del secano, la reducción de aplicaciones permitió mejorar el margen en un 21,5% en promedio.

“Siempre destaco que son ensayos y que es difícil escalarlos. Trabajar sin agroquímicos en todo el campo es complicado con la tecnología actual y en nuestro contexto climático. Lo que sí estamos haciendo es reducir su uso en toda la superficie y medir nuestro progreso”, señaló. Para eso, utilizan el Coeficiente de Impacto Ambiental (EIQ), que permite monitorear cómo evolucionan las prácticas año a año. “En las campañas 2020-2023 logramos una reducción del 50% en el índice EIQ respecto del promedio histórico del campo, gracias al uso de cultivos de servicios y otras tecnologías de procesos, como las aplicaciones selectivas”, señaló.

Otras prácticas sustentables

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La idea es continuar con los ensayos en el módulo periurbano. En el resto del campo, el objetivo es incrementar la actividad biológica del suelo e ir bajando progresivamente las dosis de agroquímicos, considerando el índice EIQ desde la planificación de cada campaña. A largo plazo, prevén que la información generada en los ensayos les permita tomar mejores decisiones, ajustadas a las condiciones de su sistema, con limitantes hídricas.

Además de proponerse reducir el uso de agroquímicos -uno de los puntos que generaba mayor tensión con la localidad vecina-, comenzaron a mirar el campo de una manera integral e iniciaron un proceso de reforestación con especies nativas. Por un lado, querían cumplir con la Ley Agroforestal de Córdoba, que exige una cobertura arbórea de entre el 2 y el 5% de la superficie. En su caso, el campo ya casi alcanzaba el 2% gracias a las cortinas forestales existentes, pero aún debían forestar 1,5 hectáreas más. A su vez, en el marco de una Red de Ensayos Forestales, este año decidieron aumentar la masa forestal de arbustos nativos en bordes de caminos externos para retener el suelo y favorecer la biodiversidad, con una mayor heterogeneidad de hábitats.

También comenzaron a desarrollar corredores biológicos en zonas de baja productividad. “Hay bordes de alambrado que antes se limpiaban por una cuestión cultural. Dejamos de hacerlo y hoy funcionan como corredores naturales”, explicó Juan. Esto se combinó con un manejo eficiente de malezas, enfocado en controlar las especies más agresivas como el sorgo de Alepo y el yuyo colorado. “Desmitificamos la idea de que un borde con vegetación espontánea contamina el lote entero”, asegura.

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Por otra parte, notaron que las cortinas forestales preexistente compiten con los cultivos de grano adyacentes, generando zonas con margen bruto negativo con gran proporción de suelo desnudo. “A través del mapeo de rendimientos y análisis económicos, vimos que desde la cortina hacia adentro del lote hay áreas donde siempre se pierde plata”, comentó. Con ese diagnóstico, decidieron reemplazar esos bordes de baja productividad de granos por un área natural manejada con cultivos de servicio “Elegimos una pastura de alfalfa que sembramos sobre 12 metros desde la cortina, en todo el borde del lote con cobertura arbórea”, detalló. Esa superficie contribuyó a mejorar la cobertura del suelo y la biodiversidad de artrópodos.

“Con mi padre y el asesor discutíamos si le estábamos sacando área de producción al campo, pero en realidad siempre perdíamos plata en ese borde que ahora nos brindan otros servicios ecosistémicos. Son pequeños cambios que estamos haciendo para mejorar sin perder de vista la rentabilidad”, reflexionó. De hecho, otra estrategia para aumentar la eficiencia económica es la posible expansión del área bajo riego. Actualmente, de las 410 hectáreas que tiene el campo, 210 están bajo riego y 200 en secano. “Cualquier cambio en un campo chico tiene impacto”, remarcó.

InBioAgro, un proyecto bottom up

Desde 2023 participan en el proyecto InBioAgro, del área de Ambiente de CREA, orientado a promover la conservación de la biodiversidad y la sostenibilidad a partir de indicadores como diversidad de insectos polinizadores, microbiología del suelo, vegetación leñosa, aves y, en algunos campos, mamíferos. “Fue salir del eje netamente productivo y mirar de otra forma al campo”, comentó Juan.

Desde los primeros dos talleres, la experiencia resultó enriquecedora. “Participamos en un encuentro en Sachayoj, Santiago del Estero, donde mostramos las prácticas que veníamos haciendo, como las reforestaciones y el manejo en bordes de cortinas. Y el último taller fue este año en nuestro campo, donde pudimos compartir manejos que nacen desde los productores y son compatibles con la biodiversidad y los servicios ecosistémicos, como la regulación hídrica y la fertilidad del suelo”, contó.

“InBioAgro es un proyecto bottom up (de abajo hacia arriba), que parte de los productores. A diferencia de la Ley Forestal, que debemos cumplir, esto surge desde el campo, con acciones concretas que nos ayudaron a darle una vuelta de tuerca al sistema productivo”, afirmó.

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Comunidad

Además de avanzar en prácticas sustentables, para Juan es clave vincularse con el conjunto de la sociedad, como una forma de abrir el campo, debatir con el pueblo y desarmar tensiones históricas. “Tenemos que comunicar lo que hacemos, porque si no, todo queda en el ámbito cerrado de una reunión CREA o de los encuentros de agroecología en los que participamos”, reflexionó.

En este sentido, una de las estrategias fue organizar jornadas abiertas, en articulación con cátedras de la Universidad Nacional de Córdoba. Así surgió un convenio con una cátedra de la Facultad de Agronomía, donde estudiantes de primer año deben realizar un trabajo práctico en campos privados. El acuerdo permitió que visitaran la empresa para conocer de primera mano el sistema productivo y vincular teoría con práctica.

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También se sumaron estudiantes avanzados de la carrera de Biología, en conjunto con tesistas de grado y posgrado que utilizan el campo para sus investigaciones. Juan es profesor invitado en la materia Ecología de la Restauración, y propuso llevar a los alumnos a conocer un sistema agrícola extensivo. Para muchos fue la primera vez que pisaban un campo agrícola. Juntos recorrieron las zonas de reforestación, los corredores biológicos y los lotes con cultivos de servicio. “La idea es mostrar cómo se puede regenerar el ambiente sin salir del sistema productivo, desde la mirada de la sostenibilidad”, señaló.

A nivel local, comenzaron a trabajar con el colegio secundario técnico IPET 397 y con el municipio de Laguna Larga. Visitaron el colegio para dar charlas y luego recibieron a los estudiantes en el campo, donde conversaron sobre inserción laboral en el sistema agrícola. “Ese es el desafío más grande: el cara a cara con nuestros vecinos. Porque al estar en el periurbano, el pueblo y el campo conviven en el día a día”, dice.

El impacto de este trabajo trasciende los números. “Mi viejo vive en el campo. Siempre vivimos ahí. Es un verdadero farmer. Que hoy pueda dormir tranquilo, sin conflictos con la comunidad, es el mejor resultado de todos estos años, tratando de ser más sustentables. Eso no se puede medir en plata, pero vale más que cualquier margen”, concluyó.

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