En algunos campos lograron alcanzar un nivel de intensificación de dos, lo que implica tener dos cultivos por año en toda la superficie. “Si, por ejemplo, sobre 200 hectáreas sembramos 100 con trigo/soja y otras 100 con maíz, la intensificación asciende a 1,5. Nosotros tratamos que ese nivel llegue a dos”, explicó. Esa combinación puede incluir dos cultivos de renta o un cultivo de servicio seguido por uno de renta.
“El esquema implica que pasa la cosechadora y atrás vamos sembrando un cultivo de servicio, que puede ser una multiespecie como antecesor maíz, un centeno de cobertura como antecesor del maní o con un cultivo de renta como trigo, camelina, centeno o triticale para semilla, entre otros”, detalló y remarcó que este manejo es una alternativa a la agricultura convencional y un paso hacia la agricultura regenerativa. “En vez de seguir usando muchos agroquímicos, usamos el barbecho siempre verde”, explicó. La presencia constante de cultivos reduce la necesidad de herbicidas y permite controlar las malezas resistentes.
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Siembra de maní sobre un cultivo de cobertura a base de centeno, aprovechando la alelopatía que prensenta contra malezas resistentes como Amarantus.
Diseño de cultivos de servicio multiespecies
La estrategia de intensificación animó el diseño de cultivos de servicio multiespecies, en un proceso que se dio de manera gradual. Hace ocho años comenzaron con vicia y centeno. Pero al observar que el centeno competía con la vicia, aceleraba su ciclo, optaron por usar variedades de ciclo largo para prolongar la encañazón hasta septiembre u octubre. Luego incorporaron triticale también de ciclo largo, como parte del grupo de gramíneas. Al mismo tiempo, implantaron especies, como el nabo y el lino, que por sus raíces mejoraron la estructura del suelo y la infiltración.
“Empezamos a mezclar con nabo forrajero, que tiene grandes raíces y tubérculos. Así fuimos mejorando la infiltración”, detalló. La combinación con vicia aportó nitrógeno, aunque su rápida disponibilidad generó la necesidad de ajustar la relación carbono/nitrógeno. Entonces incorporaron lino para retardar la liberación de nutrientes.
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El nabo forrajero se destaca como un cultivo de servicio con grandes raíces y tubérculos, que ayuda a mejorar la infiltración del suelo.
La complejidad del sistema fue aumentando hasta conformar un cultivo multiespecie. “También incorporamos coriandro, que es una umbelifera, para sumar otra familia, y carinata como crucífera, junto con el rabanito forrajero. Entonces tenemos crucíferas, leguminosas, umbeliferas y gramíneas, como el triticale”, explicó Priotti. Esta “ensalada de semillas”, como la definió, forma un manto de cobertura continuo y diverso.
El resultado fue un sistema que aporta beneficios desde múltiples dimensiones. “Tenemos medido que estos sistemas demandan un gasto inicial en semillas, pero son sistemas mejoradores y capturadores de lluvia. Mejoran el sistema desde el punto de vista de la nutrición biológica y de la estructura física del suelo”, afirmó.
Hoy los cultivos de cobertura abarcan unas 12.000 hectáreas de campos propios de AGD. “Como manejamos una escala grande, nos conviene producir nuestras semillas”, dijo Priotti, y destacó que multiplican semillas de coriandro, centeno, triticale y vicia.
Cultivo de cobertura y de renta
En estos años, los cultivos de servicio ofrecieron a la empresa beneficios ecosistémicos, como la cobertura del suelo y la mejora en la estructura física. Sin embargo, se plantearon un nuevo desafío: sumar rentabilidad. Así fue como comenzó la incorporación de camelina, una oleaginosa invernal de bajo requerimiento en insumos y alta eficiencia agronómica.
“Elegimos la camelina porque no necesita mucho fósforo, ni agua, ni fertilización. La vimos como una oportunidad para sacar renta de un cultivo que ya cumplía una función dentro del sistema”, explicó Priotti.
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“Es un cultivo fácil de lograr. Tiene momentos críticos en la implantación, pero es muy alelopático. Después podés sembrar soja o maíz con menor gasto en insumos para el control de malezas”, contó. Aunque no genera gran volumen de biomasa ni tiene una raíz tan profunda como otras especies forrajeras, su efecto se mantiene en el tiempo: "Durante ocho meses, no tuvimos que aplicar herbicidas".
El umbral de indiferencia se ubicó en los 600 kg/ha, un rinde que consideró alcanzable con bajos costos. “El año pasado sembramos 1064 hectáreas y logramos 800 kg por hectárea. Nos quedaron 200 kg de renta”, indicó. El contrato que firmaron con Chacra Servicio les permitió acceder a semillas, incluso sin costo si el rinde hubiera sido menor a 300 kg/ha. Para Priotti, no se trata solo del rendimiento puntual: “A ese cultivo le aplicamos 80 kg de fósforo, y probablemente se llevó 10. Pero el resto quedó en el lote para el maíz que vino después. Lo sembramos 15 días antes que un trigo, con una relación carbono-nitrógeno más favorable, y logramos 100 quintales sin aplicar nitrógeno, fósforo ni herbicidas. ¿Entonces perdí con la camelina o gané con el maíz?”, se preguntó.
Hoy están explorando como alternativa de renta la producción de rollos a partir del excedente de biomasa que generan con los cultivos de servicio. Aunque no integran ganadería en el sistema, aprovecharon el volumen generado por los cultivos de cobertura para sumar una fuente adicional de ingresos.
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Cultivo multiespecie, que incluye centeno, triticale, vicia, nabo, lino y coriandro. La imagen muestra el volumen de materia verde que se puede alcanzar con cultivos de cobertura para impedir el avance de malezas resistentes.
Un sistema equilibrado, con un plus de renta
La implementación de camelina como cultivo de renta resultó válida en el contexto de un sistema ya estabilizado. Para Priotti, su incorporación no responde a una receta universal, sino a una construcción previa basada en prácticas sostenidas. Al respecto, destacó que los establecimientos de AGD cuentan con corredores biológicos y cortinas forestales, para promover la biodiversidad. “Hicimos los deberes antes y ahora tenemos la posibilidad de obtener un plus. Pero en un campo alquilado o degradado, con alta tasa de extracción, este cultivo no garantiza buenos resultados”, afirmó.
Priotti remarcó que la camelina no es una opción replicable en cualquier ambiente: “La escalabilidad dependerá de cómo evolucionen los próximos años y la demanda del producto”, sostuvo.
A su entender, el futuro de la agricultura depende de una mirada integral. “Se necesita una visión sistémica en el tiempo. Es ver una película, no una foto”, expresó. “El campo te llueve si hacés entrar el agua. Pero si tenés un suelo compactado, sin receptividad, el agua se escurre y se evapora. “Si estás en una zona con 800 milímetros de lluvia, eso te alcanza para dos cultivos. Pero si el cultivo estival tiene limitaciones, tu sistema no está funcionando bien. Sin cobertura, no podés amortiguar temperatura ni almacenar agua”, explicó.
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La siembra de cultivos de servicio como de servicio como camelina, además de generar una renta, favorece la diversificación y la biodiversidad, con servicios ecosistémicos como la polinización.
Como parte del enfoque sistémico, también redujeron el uso de insumos químicos. “Hace cinco años que estamos en un proceso de usar productos biológicos. Dejamos de aplicar fungicidas químicos en la semilla, tanto en trigo como en soja, porque el principio activo afecta la microbiología del suelo”, señaló. Este cambio apunta a motorizar señales biológicas y a sostener una mayor biodiversidad en los primeros centímetros del perfil.
En la última campaña, sembraron 5500 hectáreas de trigo con tratamientos biológicos. “No usamos un solo fungicida químico”, afirmó. La transición, sin embargo, no ofrece respuestas inmediatas. “Es difícil ver cambios de un día para el otro, pero esto genera beneficios en el sistema. Nosotros no tenemos problemas de malezas”, aseguró.
Campos alquilados
La implementación de cultivos de cobertura como la camelina en campos alquilados exige acuerdos sostenidos entre las partes. Para Priotti, la clave está en entender que los beneficios no se ven en el corto plazo y que el propietario también debe formar parte activa del proceso. “El dueño de la tierra tiene que ser el más beneficiado. Entonces, te tiene que premiar al productor si captura energía y enriquece el sistema”, sostuvo. Según explicó, el arrendatario debe demostrar que esas prácticas agronómicas sostenibles aumentan el valor agronómico y económico del campo, sin dejar de ser rentables.
El mayor desafío, afirmó, es que los resultados no se miden en una única campaña. “Esto hay que verlo en una película de cinco años como mínimo. La primera foto probablemente salga desenfocada”, señaló. Esa imagen inicial puede ser negativa, sobre todo en lotes degradados por años de malas prácticas. “Si venís de 15 años de trigo/soja o solo soja, no hay vida en el suelo ni infiltración. Entonces, si bien el primer año un cultivo de cobertura puede quitar humedad en el suelo, parte de la razón es porque se sembró en un ambiente sumamente restrictivo”.
Priotti remarcó que el cambio real ocurre cuando se da continuidad al proceso: “En el segundo año ya generaste macroporos en el suelo”. La acumulación de materia orgánica, el aumento de la porosidad y el desarrollo de la vida en el suelo son señales que, con el tiempo, se vuelven evidentes. “Hoy tenemos lotes con ocho años de proceso. Hay más fósforo que antes. En años húmedos, clavás una pala y sacás lombrices. Ayer mismo estuve en un campo donde arrancamos un nabo de un cultivo de cobertura, todo pegado con lombrices. Esa actividad de la mesofauna para nosotros es positiva”, concluyó.
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Los cultivos de cobertura estimulan la acumulación de materia orgánica, el aumento de la porosidad y el desarrollo de la vida en el suelo.