27 de junio de 2025 en Buenos Aires

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La imaginación al poder: vinos e innovación en Mendoza

Una pequeña bodega del grupo CREA Vignerons diversificó su producción con vinos sin filtrar, fermentaciones con pieles y la experimentación como norte.

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Por CREA Región Valles Cordilleranos | VAC

En una finca de apenas diez hectáreas, ubicada en una de las zonas vitivinícolas más antiguas de Mendoza, “La imaginación al poder” rescató viejos parrales y transformó ese patrimonio en una fuente de innovación. Lo que al principio fue un intento por sostener una producción de calidad en pequeña escala, se convirtió en un laboratorio a cielo abierto, donde cada sector del viñedo se explora como un terruño particular.

A partir de microvinificaciones y cosechas diferenciadas dentro de la misma planta, inauguraron una línea experimental de vinos con estilos diversos que conviven con otros más clásicos. En este contexto, el desafío no es solo técnico: con costos en dólares que duplican los valores de hace tres años y precios de la uva estancados, la estrategia también pasa por comercializar en origen y sumar propuestas de enoturismo para sostener la rentabilidad.

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La finca posee un antiguo parral de Merlot, regado por surco, y unas hileras de Bonarda, con 78 años de antigüedad.

La finca posee un antiguo parral de Merlot, regado por surco, y unas hileras de Bonarda, con 78 años de antigüedad.

Los comienzos

La iniciativa nació en 2002 con la bodega Trapezio, miembro del grupo CREA Vignerons, en la región Valles Cordilleranos. En 2020, la iniciativa sumó a la línea de vinos “La imaginación al poder”, como un homenaje del politólogo Mauro Villarejo al Mayo Francés, tras la compra de una finca de 10 hectáreas en la localidad de Agrelo, Mendoza.

El lugar ya contaba con viñas en producción y, entre ellas, un antiguo parral de Merlot, regado por surco, y unas hileras de Bonarda. “Según los registros del censo vitivinícola, ese parral tenía 78 años de antigüedad. Fue uno de los aspectos que más llamó la atención”, señaló recordó Marcelo Richard, enólogo e ingeniero industrial, y primo de Villarejo, quien luego se sumó al emprendimiento como socio y responsable técnico. El resto del viñedo tenía variedades criollas, que fueron reemplazadas por Malbec, Cabernet Sauvignon, Cabernet Franc y Chardonnay, conducidas con espalderos.

La bodega se construyó en el centro de la propiedad. Esa etapa marcó el ingreso de Marcelo al proyecto. “Mientras trabajaba en una bodega grande de capitales chilenos, empecé a ayudar a mi primo a diseñar su bodega, conversando con proveedores y eligiendo los equipos”, explicó. En 2006 dejó su puesto como gerente de operaciones y asumió el desafío como enólogo. “Mi primera vendimia fue en 2007. Desde entonces trabajamos juntos y sorteamos todas las crisis habidas y por haber”, agregó.

Su vínculo con la vitivinicultura abarca varias generaciones. “Tuve dos tatarabuelos franceses relacionado con el vino. Uno de ellos ganó premios en los primeros concursos que se hacían en Buenos Aires, con su marca Trapiche”, contó, que luego se vendió y hoy es una de las más grandes de Argentina. Su padre también estuvo ligado al sector: fue investigador del CONICET, especializado en historia y geografía, y dedicó su trabajo al estudio de la vitivinicultura mendocina.

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Archivos del historiados Rodolfo Richard Jorba: Premio Mejor Vino Tinto Argentino Marca “Trapiche”, cosecha 1874. Exposicion Industrial 1877, Bs As Fuente: El Plata Industrial y Agricola, 20/12/1877. Y  premio Medalla de Planta. Cognac año 1876, marca “Guerine y Cia”. Exposicion Universal de París 1878, Francia Fuente: El Constitucional, Junio de 1878

Archivos del historiados Rodolfo Richard Jorba: Premio Mejor Vino Tinto Argentino Marca “Trapiche”, cosecha 1874. Exposicion Industrial 1877, Bs As Fuente: El Plata Industrial y Agricola, 20/12/1877. Y premio Medalla de Planta. Cognac año 1876, marca “Guerine y Cia”. Exposicion Universal de París 1878, Francia Fuente: El Constitucional, Junio de 1878

Un parral con historia

El rescate del antiguo parral de Merlot se convirtió en uno de los ejes del proyecto. “El parral original había estado muy abandonado y siempre se regó por surco. Cuando construimos la bodega, analizamos el suelo y descubrimos que tenía tres metros de profundidad. A esa distancia aún habían raíces activas. Son suelos arcillosos, con buena retención de agua y nutrientes”, detalló.

El primer trabajo para el manejo hídrico fue la construcción de un estanque que almacena el agua proveniente de la acequia, que llega cada ocho días. El sistema se complementó con una bomba y riego localizado. Si bien se evaluaron opciones para modernizar el riego, Richard descartó una transformación total: “El riego por goteo es muy eficiente pero limita el desarrollo radicular a una zona reducida. Uno de mis primeros trabajos fue diseñar un sistema mixto, que sigue funcionando hasta hoy”. En los meses de baja demanda hídrica se utiliza el sistema tradicional, mientras que en el verano, cuando escasea el agua, se recurre al riego por goteo.

La recuperación del parral fue gradual. En la zona más próxima a la bodega, donde se utilizaron los afluentes de la producción como aporte de materia orgánica, se logró una recuperación más acelerada. “De ahí obtenemos los vinos tintos de alta gama. El Merlot de ese sector tiene una complejidad notable, con una carga de taninos importante y una expresión aromática distinta”, afirmó.

Otras secciones del parral presentan menos desarrollo de canopia y densidad foliar. De esas hileras obtienen vinos más simples de otras líneas. “Incluso hacemos una cosecha temprana en ese sector para elaborar vino rosado de verdad, no como los que se hacen sacando mosto a un tinto para concentrarlo”, subrayó Richard. El resultado es un vino de 11,5 grados de alcohol, con perfil liviano, muy buena acidez, frutado y expresivo.

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La recuperación del parral fue gradual. En la zona más próxima a la bodega, donde se utilizaron los afluentes de la producción como aporte de materia orgánica, se logró una recuperación más acelerada.

La recuperación del parral fue gradual. En la zona más próxima a la bodega, donde se utilizaron los afluentes de la producción como aporte de materia orgánica, se logró una recuperación más acelerada.

Innovación en la elaboración

En los primeros años, el proyecto comenzó con una propuesta sencilla: cuatro etiquetas y un esquema de cosecha agrupado. “El Merlot se cosechaba todo junto, con pequeñas variaciones según la maduración de cada sector del parral. Con esas uvas hacíamos un solo estilo de vino, un blend con Cabernet Franc”, recordó Richard. El diseño de las etiquetas remitía al estilo de la ciudad francesa Burdeos.

Con el tiempo, el conocimiento más profundo del viñedo permitió avanzar hacia una segmentación más precisa. Se realizaron microvinificaciones para analizar la respuesta enológica de cada sector. “Así fuimos descubriendo diferencias dentro del mismo lote. En el caso del Malbec, llegamos a hacer hasta tres cosechas por planta”, apuntó.

La primera recolección se destinaba a un vino rosado, con racimos cosechados a comienzos de febrero. Luego se seleccionaban los racimos de menor exposición para una línea media, y por último se dejaban en planta los mejor ubicados durante una semana adicional para elaborar una gama superior.

Ese proceso de diferenciación fue dando origen a perfiles nuevos, con características que no encajaban en las etiquetas originales. “Empezamos a encontrar vinos muy interesantes, con personalidad propia, que no entraban en las etiquetas iniciales. Entonces llegó el momento de ampliarlas”, señaló.

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Marcelo Richard, enólogo e ingeniero industrial, se sumó al emprendimiento como socio y responsable técnico.

Marcelo Richard, enólogo e ingeniero industrial, se sumó al emprendimiento como socio y responsable técnico.

Vinos libres de maquillaje

El punto de quiebre llegó en 2020, durante la pandemia. “Fue el momento de jugársela y quisimos innovar. Hasta entonces, muchos de los vinos que hacíamos con microvinificaciones no llegaban al mercado”, mencionó el enólogo. En ese contexto, decidieron crear una nueva línea bajo el nombre “La imaginación al poder”, con vinos nacidos de sus ensayos.

Para entonces, las plantas que se implantaron en los primeros años ya tenían cerca de dos décadas y habían alcanzado su madurez productiva. Uno de los cambios más significativos en esa etapa fue dejar de estacionar algunos vinos Merlot y Malbec de alta gama en barrica. En su lugar, comenzaron a embotellarlos sin crianza en madera ni microoxigenación. “Queríamos que la gente los probara crudos, con taninos sin domar, vibrantes”, explicó. Así nacieron las etiquetas Power Merlot y Power Malbec.

También ensayaron nuevas técnicas de vinificación con variedades blancas. Fermentaron Chardonnay con piel y semillas, como si se tratara de un vino tinto, lo que les permitió obtener vinos con mayor carga tánica y color ocre. “Ese tipo de vino se conoce como naranjo. En ese momento comenzaron a hacerse conocidos en Argentina, aunque ya existían en lugares como Georgia, Armenia o Italia. Nosotros sacamos una primera línea con 300 botellas”, comentó.

Desde entonces, la línea “La imaginación al poder” se consolidó como un espacio para la experimentación. A diferencia de los vinos tradicionales, que pasan por crianza en barrica y reposo en botella durante al menos un año, estos vinos se envasan sin filtrar, con las borras. “Antes de tomarlos, se mueve un poco la botella para poner en suspensión los sedimentos. Así el vino se comporta de otra forma en la boca”, explicó.

Al mercado llegan con una estética y propuesta distintas, dirigida a consumidores que buscan novedades. “Algunos los llaman vinos naturales. Nosotros preferimos decirles vinos libres, porque los liberamos del maquillaje. No necesitan una barrica para estar buenos. Para mí, vinos naturales son todos los que están correctamente hechos. En todo caso, lo que cambia es cómo los criamos”, afirmó.

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La línea “La imaginación al poder” se consolidó como un espacio para la experimentación.

La línea “La imaginación al poder” se consolidó como un espacio para la experimentación.

De la exportación al enoturismo

En los comienzos, armaron una distribuidora propia en Buenos Aires con el apoyo de un sommelier. Durante esa etapa, llegaron a exportar hasta el 90% de la producción, con presencia en España (y desde ahí al resto de Europa), Brasil, Perú, México y Japón.

Sin embargo, desde 2011 en adelante, el aumento de los costos en dólares y la falta de financiamiento afectaron a las bodegas pequeñas. “Tuvimos que achicarnos en capital de trabajo y en mercados”, dijo Richard. En ese contexto, mantuvieron la exportación a Brasil y Perú, y más tarde lograron volver a ingresar en Suiza, España y Estados Unidos, aunque con volúmenes reducidos y expectativas de crecimiento a mediano plazo.

En paralelo, el mercado interno tomó tal protagonismo que el año pasado decidieron volver comercializar a través de un distribuidor externo. “Ahora queremos apostar fuerte al desarrollo del turismo en la bodega. Para eso necesitamos invertir en un restaurante y en un negocio de venta directa”, señaló.

En el grupo CREA Vignerons, al que pertenecen, abordan estos temas con otras bodegas pequeñas que, como ellos, se encargan de todo el proceso: desde la viña hasta la comercialización. “Nos dimos cuenta que el camino es vender la mayor parte del vino directamente en la bodega, donde el precio puede ser mucho más rentable que en el canal de distribución”, explicó.

Según Richard, si un vino se vende a 1000 pesos en una góndola, la bodega recibe apenas 350 pesos. El resto queda en la cadena de distribución. “En cambio, si lo vendemos en la bodega a 800 pesos, el turista lo compra feliz porque es más barato que en la góndola, y para nosotros representa más del doble de ingreso. Al vender directo, podemos captar hasta el 80% del precio final, frente al 35% que deja un distribuidor, y el margen por botella puede multiplicarse por cinco o por seis”, detalló.

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La empresa apuesta al desarrollo del turismo en la bodega, para lo cual planea invertir en un restaurante y en un negocio de venta directa.

La empresa apuesta al desarrollo del turismo en la bodega, para lo cual planea invertir en un restaurante y en un negocio de venta directa.

Una campaña atravesada por la crisis

El escenario actual es complejo, con una fuerte retracción del consumo, precios estancados y un aumento de los costos en dólares. “En los últimos tres años, el costo de manejo de una viña pasó de 3000 a 5500 dólares por hectárea, mientras que el precio en pesos de la uva casi no varió”, explicó Richard. Según detalló, este año la uva se vendió casi al mismo precio que en 2024, o con un ajuste de apenas 15%. “Con este desfasaje, el productor de uva quedó muy complicado”, aseguró.

En Argentina, la mayoría de los viñateros no elaboran vino, sino que venden la uva a terceros. Cerca del 70% de las fincas de Mendoza tienen menos de 20 hectáreas y operan con baja rentabilidad. “Una finca como la nuestra probablemente no sería viable si solo vendiéramos uva. Habría que rediseñar el modelo productivo, apuntar a cultivos de alta densidad, con mayor volumen y menor calidad”, sostuvo.

El contexto también es adverso para quienes elaboran vino. Las exportaciones no escapan al ajuste. “Afuera vendemos una botella a 10 dólares, pero ese precio no puede subir, aunque nuestros costos en dólares hayan aumentado mucho. Y encima estamos en un sistema sin crédito bancario”, concluyó.

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