Desde que nació, la lechería forma parte de su vida. Tras la muerte de su abuelo, su abuela pasó a hacerse cargo del establecimiento ubicado en Lobos, y más tarde, lo hizo su padre. De ellos absorbió, desde muy chica, la afición por el campo. “Ambos residían en Buenos Aires y tenían sus ocupaciones. Mi abuelo era un reconocido médico, y papá era abogado, lo que les permitía tener, para la época, una mirada más profesional de la actividad”, relata Mariana Dasso.
Con el conocimiento adquirido a lo largo del tiempo, más el apoyo familiar y la cercanía del grupo CREA Cañuelas, Mariana sintió entonces las ganas de tener algo propio. Así, a los 29 años, basándose en un tambo que había construido su padre hacía muy poco, y tomando como modelo un establecimiento neozelandés, cumplió finalmente su sueño entre dos fracciones de campo de la familia.
“Lo repliqué para muchísimas menos vacas. Arranqué con 60 terneras, que fuimos criando. Cuando se transformaron en vaquillonas, las preñamos y cuando estaban para parir ya tenía construido el tambo y empezamos a ordeñar”, recuerda.
El tambo hoy
Con los años, su planteo de base pastoril con alimento en la sala de ordeñe derivó, tal como ocurre con la mayoría de los tambos de la Argentina, en un sistema mixto con una alimentación más intensiva. Hoy tiene una pista de alimentación y ofrece con mixer una ración balanceada con silo de maíz, silo de cebada, megafardos de alfalfa, semillas de algodón, afrechillo de trigo, y harina y cáscara de soja. “De acuerdo a la disponibilidad y precios de los productos en el mercado vamos adecuando la dieta”, subraya.
Las vacas pastorean alfalfas consociadas con pasto ovillo y pasturas con composiciones base trébol rojo, trébol blanco, festuca, lotus corniculatus o raigrás perenne. Dependiendo la calidad del lote, elige las especies que mejor se adapten al suelo. Como verdeo de invierno, utiliza raigrás anual, y como verdeo de verano, sorgo.
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Desde el momento en que Mariana se planteó la lechería como modo de vida, no ha dejado de crecer y de invertir en la actividad. “Hace unos años, decidí agrandar el tambo y durante la pandemia lo agrandé aún más. Montamos una sala de leche, pusimos un equipo de frío nuevo, cambiamos el corral circular por uno rectangular con tranquera arreadora para lograr una mejor velocidad de llenado de la sala y, para mejorar el confort de las vacas en verano, instalamos ventiladores y aspersores”, enfatiza.
Al corral, le colocó además un sistema de lavado por flushing: en las cavas, los sólidos quedan en la primera pileta, mientras que el líquido pasa a la segunda, donde una bomba extrae el agua para llenar un tanque situado junto al tambo, que lava el corral por gravedad. “Estas pequeñas mejoras contribuyen sin dudas a que la gente trabaje mejor, más cómoda, y al no utilizar agua buena para el lavado es, además, ecológico”, indica Mariana.
Hoy Mariana Dasso posee alrededor de 800 vacas Holando Argentino en ordeñe, de excelente genética. El año pasado, el número era mayor, pero la sequía la obligó a desprenderse de algunos vientres. En escenarios como ese, con las recrías encerradas y una demanda grande de comida preparada, los vaivenes de los precios de los subproductos, asegura, determinan en gran medida el rumbo a seguir.
En la actualidad, el tambo genera una producción de aproximadamente 22.000 litros diarios y 28 litros por vaca.
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El arte de atar
La cercanía a Capital Federal (100 km aproximadamente) le permite a Mariana ir y venir con facilidad. En función de las demandas y los distintos temas a resolver puede regresar en el día o permanecer en el campo toda la semana. Algo que también le es posible gracias al equipo de trabajo que ha logrado armar en todo este tiempo.
“En el manejo forrajero tengo ingenieros agrónomos, además del asesor CREA, y para la sanidad cuento con un veterinarios. O sea, me asisten profesionales en cada una de las áreas principales”, indica. Además, Mariana cuenta desde hace tiempo con el apoyo de una encargada, veterinaria que se ocupa de organizar el trabajo diario.
La dedicación que exige un tambo le ha impedido, en cierta forma, seguir desarrollando su otra gran afición: el arte. Como licenciada en Artes Visuales, Mariana participó de tres salones nacionales y de exposiciones varias. “Me está costando dedicarme a producir arte porque el tambo implica una demanda constante. Cuando empezamos, no pensamos que iba a serlo tanto, era diferente la producción entonces”, reconoce.
Sin embargo, estas exigencias también le abrieron las puertas a una disciplina que hoy disfruta mucho: el atalaje y la exhibición de carruajes antiguos. “Yo lo hice en realidad toda mi vida, incluso armé este campo atando. La casa de mis padres se encuentra a ocho kilómetros, entonces ataba el break y llevaba a mis hijos; era, por entonces, mi medio de transporte favorito. Siempre fue algo que me divirtió”, recuerda.
Hace tres años, fue convocada por el Club Argentino de Carruajes (CAC), entidad fundada en 1986 que congrega a coleccionistas y amantes de esta tradición criolla. Además de reunirse a compartir y celebrar el acervo cultural, los socios del club participan de competencias en las que se evalúan múltiples parámetros: la calidad y el estado del carruaje; el orden y la corrección del atalaje; la armonía entre los aperos, el coche y los caballos; la vestimenta y destreza del conductor, entre otros aspectos.
Sueño cumplido
Mariana aclara que tiene pocos carruajes, los cuales fueron restaurados respetando siempre su originalidad.
Actualmente, ata con dos caballos de raza Hackney, una raza inglesa que se usaba antiguamente para llevar y traer el correo. “Antes lo hacía con Ardeneses -Flor y Truco-, caballos belgas de tiro pesado, pero necesitaba algo más ágil. Y la verdad es que esta yunta es espectacular, tienen la capacidad de trotar durante muchísimo tiempo, a alta velocidad, sin cansarse”, aclara.
Con estos carruajes ya ha obtenido diversos reconocimientos, incluso en la Exposición Rural de Palermo. Hace tres años, ganó en su pista central un primer premio de yuntas con los Ardeneses y un carruaje denominado dog cart. Y el año pasado, tuvo la fortuna de alzarse con la máxima distinción: la Copa John W. Maguire, con los Hackney y un coche tipo break.
“Entrar a la pista de Palermo tiene una mística especial para quienes de chicos íbamos a la Rural, y ese es el premio más grande. Además, hacerlo con mi amiga de toda la vida, que es con quien siempre atamos, mis hijos y hasta la perra fue algo inolvidable, muy emocionante”, enfatiza Mariana. Este año, también dijo presente: con una americana, ganó el segundo premio en yuntas.
El “calendario de atalaje” se completa con otros eventos a los que los miembros del club están invitados a participar, como el de Chascomús, el de San Antonio de Areco o las atadas de camaradería entre socios.
Del pasado al presente
En épocas donde se ha perdido el hábito de atar, y también un poco el de montar, Mariana reivindica y valora la misión del club de resguardar las tradiciones. “El club vela porque se respeten las cosas como fueron en su momento. No se puede presentar un coche que tiene una modificación mal hecha o moderna... Por eso, desde que soy socia, me exijo hacerlo de una manera mucho más prolija”, relata.
Para Mariana, el principal premio es desfilar por esas pistas. Y más aún, ver el entusiasmo en los ojos de la gente. “Tener la posibilidad de mostrar eso, con prestancia y corrección, es muy estimulante. Es como acercarles un fragmento de aquel pasado y honrar esa esencia criolla que tiene el país”, agrega.
Esta consciencia tal vez haya sido la que la llevó a inclinarse por el tambo, una actividad que se hereda de padre a hijos, es fuente de trabajo, genera arraigo y da vida al interior argentino. “Los tambos generan empleo para uno y para la comunidad. Siento que, de alguna manera, este es mi manera de colaborar y lo que puedo aportar para apoyar a este bendito y querido país”, concluye.