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SUSCRIBITEGwendolyn y Nicolás administran en Patagonia Fortín Chacabuco, con iniciativas en ganadería holística, restauración de pastizales y una marca de carne regional.
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SUSCRIBITEElla es directora de cine documental, él guía de montaña. Sin formación agronómica ni antecedentes productivos, Gwendolyn Hulsegge y Nicolás Rodríguez Argumedo comenzaron hace más de una década una experiencia ganadera en Fortín Chacabuco, una estancia en Región Patagonia con objetivos de conservación. Hoy forman parte del Movimiento CREA y buscan demostrar que es posible producir sin dejar de cuidar el ambiente.
“Cuando llegamos en 2013 no sabíamos qué era el manejo holístico. Aprendimos y, en cinco años, logramos aumentar la materia orgánica en un 46%”, recordó Hulsegge, coordinadora de proyectos de conservación de Fortín Chacabuco. La estancia, ubicada a 30 kilómetros de Bariloche, en Neuquén, pertenece al grupo CREA Lanín, en la región Patagonia, y está dentro del Parque Nacional Nahuel Huapi, por lo que debe cumplir con regulaciones ambientales estrictas.
El establecimiento ocupa 4500 hectáreas en una zona de ecotono. Hay terrenos planos y quebrados, estepa y un 3,5% de mallín. Estas condiciones limitan la posibilidad de hacer recrías y engorde de ganado bovino, por lo que el sistema gira en torno a la cría. Sin embargo, el equipo comenzó a ensayar etapas de recría con manejo ajustado a las respuestas del pastizal.
En 2016, el anterior propietario, Sam Gary, donó la estancia a The Nature Conservancy (TNC), una ONG internacional con presencia en más de 70 países. La donación se hizo bajo dos condiciones: dejar de recibir turistas y trabajar con un enfoque de manejo holístico. “Nos interesó porque ya veníamos de una experiencia de turismo de conservación en Santa Cruz. Era una oportunidad de conservar produciendo”, explicó Hulsegge.
El rodeo está conformado por vacas Angus y Hereford, aunque la tendencia es hacia el Angus, por su mayor rusticidad. “El Angus se adapta mejor al frío y es más fácil de manejar. Empezamos con 100 vacas y hoy tenemos 120. Apuntamos a crecer con stock propio hasta llegar a 250”, detalló. Antes, también trabajaban con ovinos, pero la presión de predadores silvestres y la presencia de sarna en la región llevó a vender las 1000 ovejas.
Cada año se hacen mediciones del estado del suelo y de los pastizales. “Tomamos decisiones según la respuesta del campo. Si sobra pasto, retenemos terneros. Si falta, se venden. No forzamos el sistema”, explicó. Con este enfoque, avanzan de manera gradual hacia un modelo que busca equilibrio entre productividad y conservación.
El vínculo con CREA resultó clave para consolidar el proyecto. “Nos abrió los ojos. Aprendimos de salud animal, mercado, economía y otros temas. Estar con otras estancias, ver cómo lo hacen, intercambiar ideas; todo eso nos dio herramientas para mejorar”, afirmó.
La filosofía del manejo holístico se remonta a las observaciones del biólogo zimbabuense Allan Savory. Mientras trabajaba en parques nacionales de África, notó que estas áreas protegidas eran más verdes que las estancias vecinas. Años después, en Texas, Estados Unidos, observó un fenómeno similar y comenzó a vincular el comportamiento de los herbívoros con la regeneración del pastizal.
Savory explicó que los grandes herbívoros, como los búfalos, seguían las lluvias. Al migrar constantemente, no volvían a comer el mismo pasto por largos períodos, lo que permitía su descanso y regeneración. Ese patrón natural inspiró un nuevo paradigma productivo: un pastoreo planificado que imita el comportamiento migratorio para mejorar la salud del ecosistema.
En Argentina, el concepto fue introducido a mediados de los años 2000 por Pablo Borrelli, entonces técnico del INTA en la provincia de Chubut. Frente al avance de la desertificación, cuestionó el enfoque tradicional que sugería reducir carga animal sin resultados visibles. Al conocer las ideas de Savory, comenzó a aplicar el manejo holístico en campos patagónicos, en alianza con The Nature Conservancy.
A diferencia del manejo extensivo tradicional, que alterna entre veranadas e invernadas, el enfoque holístico propone agrupar y mover los animales en función del estado del pastizal. Cuando Gwendolyn y Nicolás llegaron a Fortín Chacabuco, el campo estaba con un sobredescanso en las estepas, y las mallines tenían signos de sobrepastoreo. “Había mucha presión en los mallines y muy poco impacto en las estepas, debido a la falta de animales”, detalló.
“Al principio rotábamos juntas las 300 ovejas y 100 vacas que teníamos, como una sola manada. Al medir el pasto cada año, observamos una mejora sostenida”, relató Hulsegge. Aunque se retuvo stock, nunca alcanzaron el máximo de receptividad. La clave fue aumentar la densidad y mover los animales con planificación.
“Con 1000 ovejas y 100 vacas empezamos a ver un cambio real, sobre todo en la estepa. Aparecieron más especies, hubo más brotes, y el paisaje se volvió más diverso”, explicó. El pastizal necesita descanso, pero también impacto. Si hay poca carga, los animales no comen lo suficiente como para activar procesos regenerativos. Tampoco es efectivo si se concentran solo en los mallines.
Este manejo exige atención continua y decisiones ajustadas al entorno. “El pastizal y el animal están en relación directa con nuestras decisiones. Aprendimos que el descanso estratégico y el pastoreo planificado son necesarios para regenerar”, sostuvo.
Los resultados del manejo holístico entusiasmaron a Gwendolyn y Nicolás, que comenzaron a pensar en nuevas formas de valorar el proceso regenerativo. “Si logramos regenerar el pastizal, eso tiene un valor”, pensó Gwendolyn. Hace cuatro años comenzaron a explorar la posibilidad de generar créditos de carbono, en articulación con la ONG The Nature Conservancy.
Como en Argentina no existía un sistema específico para certificar la captura de carbono en pastizales, diseñaron un proyecto pionero para toda la Patagonia. La certificación se tramita a través de Verra, una entidad internacional que valida metodologías para el mercado voluntario de carbono. En este caso, aplican al método VM0042, que contempla indicadores ambientales, sociales y de biodiversidad.
“El objetivo es que el impacto trascienda al campo. Buscamos que los productores puedan decidir si destinan parte del dinero a capacitaciones o proyectos comunitarios, como a través de una asociación civil”, explicó Hulsegge.
El proceso comenzó con una etapa de prefactibilidad, seguida por un año de análisis de factibilidad técnica. Actualmente, se encuentran en la fase de diseño, que incluye la creación de una plataforma con estancias de Neuquén y Río Negro, con planes de extenderla a Chubut, Santa Cruz y también cruzar la cordillera hacia Chile. El proyecto cuenta con el acompañamiento de instituciones como CREA, INTA, SENASA y el Ministerio de Producción de la provincia de Neuquén.
En cuanto a las mediciones de carbono, el campo ya contaba con antecedentes. “Tomamos muestras de suelo en 2014 y en 2019, y encontramos un aumento del 46% en la materia orgánica”, detalló. Actualmente, el protocolo se ajustó a los estándares internacionales y se incorporaron nuevas variables de análisis, como la densidad aparente, para estimar el carbono almacenado.
“Con muestras a 30 y 60 centímetros de profundidad, es posible ver cómo el carbono se comporta como una reserva. Cuando el pasto está en equilibrio, produce más de lo que necesita y ese excedente queda fijado en el suelo. Ese extra es el que vale en el mercado”, explicó.
Si todo avanza según lo previsto, estiman que el proyecto podrá comenzar a implementarse en la región hacia fines de 2026.
La relación de Fortín Chacabuco con The Nature Conservancy comenzó en el marco de un proyecto más amplio, orientado a mitigar la desertificación en la Patagonia. En ese contexto, iniciaron un plan de acción para la conservación. El trabajo incluyó un relevamiento de flora y fauna, con foco en identificar especies vulnerables e invasoras.
Hoy, en el establecimiento se desarrollan unos 30 proyectos de investigación en articulación con universidades. En 2024 comenzaron con una nueva línea de trabajo denominada "clusters de conservación", que busca abordar múltiples problemáticas en un mismo territorio, considerando tensiones ecológicas y oportunidades económicas.
Uno de los primeros clusters está vinculado a los arroyos de la zona, donde coexisten el sauce, el visón americano y el huillín. “El visón es una especie exótica muy agresiva, pero convive con el huillín sin mayores conflictos. El problema es el sauce, que invade los cursos de agua, estanca el flujo y amenaza el avance del huillín en los arroyos, una especie emblemática y protegida en el Parque Nacional Nahuel Huapi”, explicó.
La propuesta consiste en generar un modelo de intervención que permita remover los sauces, controlar al visón y recuperar un hábitat favorable para el huillín. Al mismo tiempo, se busca mejorar el acceso de los pescadores deportivos, cuyas actividades podrían financiar parte del proceso. “Nos dimos cuenta de que algunas especies podían generar ingresos, como el huillín o la pesca recreativa, y que ese dinero podía usarse para manejar a las otras especies más conflictivas”, señaló.
El concepto de cluster busca generar un balance económico y ecológico replicable a nivel regional. Ya iniciaron conversaciones con el Parque Nacional para comenzar ensayos que permitan remover los sauces de forma eficiente, sin dañar el ecosistema.
En los últimos años, Fortín Chacabuco enfocó su crecimiento en la ganadería vacuna. “En 2024 y 2025 retuvimos todos los terneros. La idea es volver a retenerlos el verano que viene, y a los de esta campaña darles un engorde sobre pastizal natural, con un suplemento”, explicó Gwendolyn.
En paralelo, comenzaron a trabajar con PyME Neuquén, del Ministerio de Producción, en un proyecto para comercializar una marca de carne de mallín. La iniciativa busca articular a varias empresas CREA de la región. La marca se diferenciaría por ofrecer carne producida bajo criterios regenerativos, sobre pastizales naturales, con una trazabilidad que incluiría el secuestro de carbono.
“Una vez que tengamos el proceso de créditos de carbono operativo, muchas estancias van a trabajar de otra manera. Queremos estar listos con una marca que pueda contar esa historia y darle valor al sistema completo: al suelo, al pastizal y también a la carne”, sostuvo. Al principio, apuntan a comercializar en Neuquén y Río Negro.
Otra línea de trabajo busca profundizar el vínculo con la comunidad. “Tenemos dos pilares fuertes: producción y conservación. Pero también creemos que es hora de involucrar más a la sociedad, para que se entienda el valor de la estepa”, contó. A partir de ese enfoque, abrieron senderos autoguiados dentro del campo, reciben visitas escolares y organizan jornadas abiertas con guías locales.
“En el Parque Nacional Nahuel Huapi no hay senderos que permitan conocer el ambiente de la estepa, como sí sucede en los bosques. Por eso abrimos nuestras tranqueras dos veces al año, para compartir lo que hacemos”, concluyó Gwendolyn.