La delegación, compuesta por representantes de las doce empresas del grupo Carnerillo y la firma Agro Advance, realizó su recorrido entre el 30 de agosto y el 17 de septiembre, y visitó Países Bajos, Bélgica, Inglaterra e Irlanda del Sur. Durante la gira, el grupo tuvo la oportunidad de conocer desde establecimientos productivos hasta empresas proveedoras de insumos, universidades y centros de investigación. También se incluyeron visitas a embajadas y entidades crediticias con el fin de entender el acceso al financiamiento y la interacción entre los sectores público y privado en Europa.
“En cada país nos reunimos con productores locales para conocer de cerca sus prácticas agrícolas. Además, visitamos centros de investigación para entender cómo interactúan con el sector privado, y nos encontramos con una diputada del Parlamento Europeo en Bruselas, Bélgica, con el fin de interiorizarnos sobre la legislación ambiental vigente en Europa”, explicó Gerónimo José del Barco, presidente del CREA Carnerillo.
El CREA Carnerillo está compuesto por empresas familiares que, en total, siembran unas 60.000 hectáreas agrícolas. Se destacan por implementar sistemas de producción diversificados, que incluyen cultivos como soja, maíz, trigo y maní, además de una alta adopción de tecnologías, como el riego.
“Somos un grupo muy unido que, cada dos o tres años, planea viajes con el propósito de innovar, conocer nuevas tecnologías en el exterior y evaluar oportunidades de negocio. Además, estas experiencias nos permiten valorar aspectos de la producción en Argentina que no se replican en otros países”, explicó Del Barco.
Uno de los temas clave para el grupo es la sostenibilidad de los sistemas agrícolas. De hecho, algunas de las empresas ya comenzaron a medir su huella de carbono. A futuro, planean realizar estas mediciones de manera conjunta para explorar el potencial del mercado de bonos. “Queremos determinar si nuestras producciones capturan o emiten carbono, y desarrollar un bono de carbono en el ámbito del CREA Carnerillo, que luego podamos colocar en el mercado”, explicó.
Con este objetivo, los productores argentinos visitaron la Universidad de Wageningen, en Países Bajos, conocida por su programa sobre brechas de rendimiento (Yield Gap), así como a productores agropecuarios e investigadores del Instituto Teagasc, en Irlanda del Sur, para informarse sobre la medición de la huella de carbono y otros aspectos de interés.
En Europa, la agenda de la huella de carbono está muy avanzada en todas las industrias, desde la construcción hasta la agricultura. Los bancos ofrecen financiamiento basado en las prácticas sostenibles que adoptan las empresas. “Observamos cómo el sistema penalizaba a los productores que no medían su huella de carbono. Si un agricultor no realizaba esta medición, los bancos lo clasificaban en la misma categoría crediticia que a industrias altamente contaminantes, como la petrolera o la aeronáutica, y limitaban su acceso a financiamiento, salvo con créditos hipotecarios a tasas elevadas", comentó Del Barco.
El grupo también visitó las oficinas de la empresa Viterra, el puerto de Róterdam –el más grande de Europa–, y las embajadas argentinas en el Reino Unido e Irlanda del Sur, donde fueron recibidos por las autoridades diplomáticas. Allí se interiorizaron sobre las regulaciones de la Unión Europea, el mercado de bonos de carbono y las nuevas exigencias de esa región para las exportaciones argentinas.
“Nuestro objetivo es adelantarnos en la medición de la huella de carbono, no tanto por miedo a las regulaciones europeas, sino porque vemos una oportunidad en un mercado interesado en adquirir bonos de carbono de productores agropecuarios, especialmente de aquellos que, como los miembros de CREA, emplean alta tecnología en la agricultura y contribuyen a la captura de carbono en el suelo”, apuntó.
Del Barco destacó que la producción agrícola en Europa difiere en gran medida de la de América latina y advirtió que las regulaciones impactan de manera negativa en el sector rural en el viejo continente. “Los agricultores europeos carecen de buena genética en sus semillas; además, pueden utilizar muy pocos productos fitosanitarios; aquellos que emplean, como los piretroides y fosforados, están en desuso en nuestro país, debido a que no son amigables con el ambiente. Sí, en cambio, aplican productos biológicos y fertilizantes carbonados para darle vida al suelo”, aseguró.
“El atraso tecnológico está relacionado con la gran cantidad de regulaciones en Europa”, afirmó, aunque reconoció que “hay países con normativas más flexibles que otros. Entre los que visitamos, el más complicado en términos de regulaciones resultó ser Países Bajos”.
“Lo negativo que observamos allá, lo capitalizamos en nuestro país. Hemos traído muchos aprendizajes. Pudimos comprender que acá no estamos tan mal. El sector agropecuario en Europa no es pujante ni representativo de la economía, como sí sucede en la Argentina”, sostuvo. Además aseguró que también conocieron muchos aspectos positivos de Europa, que pueden traducirse en oportunidades para la producción nacional, de cara al futuro.
Durante el viaje, los productores argentinos se sorprendieron con el manejo de la biodiversidad que realizan los agricultores europeos y por la forma en que logran agregar valor a sus cultivos en origen.
“Hemos observado suelos pobres, con solo 30 centímetros de profundidad y un 10% de materia orgánica, muy bien manejados en términos de biodiversidad. Utilizan cultivos de servicio que mantienen los lotes cubiertos durante todo el año. Algunos campos incluso presentan un 20% de materia orgánica y una gran cantidad de lombrices, donde producen maíces muy sanos, verdes y productivos, sin necesidad de usar fertilizantes”.
En los Países Bajos, también es común encontrar intersiembras, una práctica que no tuvo éxito en Argentina. En un lote de tan solo 40 hectáreas, se pueden ver hasta siete cultivos diferentes intercalados, como zanahorias, centeno y papas.
El clima privilegiado de la región, caracterizado por una alta radiación solar y precipitaciones copiosas y bien distribuidas a lo largo del año, contribuye a estos resultados. Además, no presentan amplitud térmica. Estas condiciones permiten que, a pesar de la falta de insumos tecnológicos, cultivos como el trigo alcancen rendimientos de hasta 10 toneladas por hectárea, y que el maíz, cuyo destino es exclusivamente la ganadería, también se vea favorecido.
Durante la visita, se encontraron con varios campos pequeños que se destacan por el valor agregado que generan. Un ejemplo es una explotación agrícola que pertenece a una cadena de supermercados. Esta empresa comenzó a funcionar años atrás como una iniciativa familiar dedicada a la siembra y, con el tiempo, creció de manera vertical. Una de sus actividades es la producción de acelga en humedales, en suelos turbosos y negros que contienen más del 20% de materia orgánica. Lo notable es que, al momento de la cosecha, la maquinaria no solo recolecta el cultivo, sino que también lo procesa en el mismo campo. Es decir, la cosechadora empaqueta la acelga, la envasa al vacío, la etiqueta y queda lista para ser vendida en el supermercado, propiedad de la misma firma.
“Este modelo de negocio resalta el gran potencial que tiene el sector agropecuario argentino en términos de valor agregado”, concluyó Del Barco.