4 de noviembre de 2025 en Buenos Aires

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El agua, un nutriente estratégico en la ganadería

La calidad del agua en la ganadería define el consumo, la ganancia de peso y el bienestar animal, pero suele quedar fuera de la agenda productiva.

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Por CREA Región Sudeste | SDE

En la producción ganadera suele ponerse el foco en la genética, la sanidad o la dieta, mientras que el agua queda relegada a un segundo plano. Sin embargo, este insumo constituye más del 50% del peso vivo de un bovino y participa en todos los procesos fisiológicos. Su calidad puede convertirse en un condicionante de la productividad y la salud del rodeo.

Según Guillermo Mattioli, investigador del Laboratorio de Nutrición Mineral de la Facultad de Ciencias Veterinarias de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), el agua debe evaluarse con el mismo rigor que cualquier otro nutriente. Una vaca de 400 kilos que consume 10 kilos de materia seca por día requiere alrededor de 40 litros de agua, lo que equivale a entre el 8 y el 12% de su peso vivo. Esa enorme ingesta convierte al agua en el principal vehículo de minerales, pero también de contaminantes invisibles.

La pirámide nutricional que sostiene la producción animal se apoya en energía, proteínas, macrominerales y vitaminas, pero todas esas categorías solo adquieren sentido si están disueltas en agua. "El agua podía actuar como limitante en la producción. Lo difícil es ponerle número a cuánto puede interferir, pero siempre va a ser más de lo que se cree", expresó el investigador durante un reciente encuentro virtual organizado por la Mesa Ganadera de la Región Sudeste de CREA.

Mattioli recalcó que la única manera de conocer la calidad real del agua es mediante un análisis de laboratorio. “El agua puede ser cristalina y agradable al gusto, pero eso no significa que sea inocua”, advirtió. La presencia de sales, sulfatos, nitratos o metales pesados solo puede detectarse con estudios específicos, por lo que analizar el recurso de forma periódica se convierte en una práctica indispensable para evitar pérdidas productivas.

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Dureza y composición mineral: el valor de discriminar

Una de las principales dificultades en la gestión del agua de bebida es la interpretación de los análisis. El dato de “sales totales” resulta insuficiente, ya que no discrimina qué cationes y aniones están presentes ni cuáles son sus efectos fisiológicos. La dureza, definida por la suma de calcio y magnesio expresada como carbonatos, puede tener implicancias diferentes según el anión que acompañe a esos cationes.

Si calcio y magnesio se combinan con cloruros, el impacto en el animal es moderado. En cambio, cuando predominan los sulfatos, los riesgos aumentan: aparecen diarreas, deficiencias de cobre y, en casos extremos, polioencefalomalacia (PEM). Este cuadro se explica porque el exceso de azufre interfiere con el metabolismo de aminoácidos azufrados en la flora ruminal.

¿Cuáles son los umbrales críticos? Con concentraciones de azufre de 0,25% se observa hipocuprosis; con 0,40% se eleva el riesgo de PEM. Cuando los sulfatos superan los 700 miligramos por litro, las diarreas se vuelven frecuentes. Estos valores demuestran que el agua puede ser un aporte excesivo de azufre si no se lo integra en el balance total de la dieta.

El sodio merece un capítulo aparte. Este mineral regula la presión osmótica y permite la retención de agua en el organismo, pero en exceso inhibe el consumo. El animal necesita unos nueve gramos de cloruro de sodio para retener un litro de agua. Por encima de ese límite, la vaca rechaza el líquido, aunque esté sedienta. "Si el agua supera los 9 gramos de cloruro de sodio por litro, es ridículo que la vaca la tome, porque lo que necesita es agua, no sal", indicó Mattioli.

Mattioli resumió estos límites en un esquema que denominó “semáforo de la calidad del agua”. En la zona verde, con menos de 3 gramos de sales totales por litro, el consumo no presenta restricciones. Entre 3 y 7 gramos el agua ingresa en una franja amarilla, donde se recomienda precaución, mientras que por encima de 9 gramos por litro se enciende la luz roja y el recurso se vuelve inaceptable para el rodeo.

Las exigencias de calidad se vuelven más estrictas en verano. Cuando las vacas jadean para disipar calor, pierden solo agua y no sales. Ese mecanismo aumenta la concentración de sodio en el organismo y dispara una sed que solo puede calmarse con agua de baja salinidad. Así, el estrés térmico intensifica la necesidad de fuentes de agua limpia y fresca.

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Contaminantes invisibles: nitratos, arsénico y flúor

Además de los minerales, el agua de bebida puede ser una fuente de contaminantes de alto impacto productivo y sanitario. Entre ellos, los nitratos ocupan un lugar central. El Consejo Nacional de Investigación de Estados Unidos (NRC, por sus siglas en inglés National Research Council) fijó un límite seguro de 100 miligramos por litro, pero en combinación con forrajes ricos en nitratos o nitritos el riesgo de intoxicaciones agudas aumenta. Los casos clínicos se caracterizan por hipoxia, evidenciada en la coloración oscura de la sangre. La consecuencia puede ser la muerte súbita de animales en pastoreo, un cuadro conocido como intoxicación por nitritos.

El arsénico constituye otro desafío frecuente en acuíferos del centro y norte argentino. Aunque sus concentraciones puedan ser bajas, su efecto acumulativo a lo largo del tiempo genera problemas crónicos que impactan en la salud y reducen la vida útil de los animales. En sistemas intensivos, donde la dependencia del agua subterránea es mayor, la vigilancia de este elemento resulta fundamental.

El flúor, en tanto, provoca alteraciones visibles en la dentición y el esqueleto. Se deposita en huesos y dientes en forma de fluorapatita, reemplazando a la hidroxiapatita natural. Esta sustitución disminuye la solubilidad y dificulta el recambio óseo normal. "El flúor se acumulaba en huesos y dientes, afectando especialmente a los animales jóvenes", explicó Mattioli. Los signos de fluorosis incluyen manchas marrones en los dientes y deformaciones óseas que limitan el crecimiento y la productividad.

La gravedad de estos contaminantes radica en que son invisibles al ojo del productor. Solo un análisis de laboratorio permite identificarlos. Por eso, el investigador insistió en la importancia de interpretar los resultados con un criterio productivo, integrando el agua al balance nutricional general. "El agua puede aportar minerales útiles, pero también contaminantes invisibles que condicionan la producción a largo plazo", señaló.

Agua y comportamiento animal: calidad que se traduce en producción

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Los bovinos son sensibles al gusto y al olor del agua. Cuando detectan contaminación fecal, exceso de sales o proliferación de algas, reducen tanto la ingesta de líquido como la de alimento. Esa relación directa entre agua y consumo de materia seca explica por qué la calidad hídrica tiene un impacto inmediato en la ganancia de peso.

Ensayos de campo respaldan esta observación. Mejorar la oxigenación del agua en un bebedero incrementó entre 9 y 10% la ganancia de peso en novillos durante 90 días de pastoreo. En otro trabajo, enfriar el agua de 32 a 18 °C mejoró la performance de razas británicas. Estos resultados demuestran que pequeñas mejoras en el recurso pueden generar retornos productivos significativos.

La fisiología también respalda estos hallazgos. El organismo cuenta con mecanismos de apetito dirigido: cuando falta sodio, los animales buscan compulsivamente fuentes alternativas como tierra o incluso orina. Sin embargo, nada sustituye al agua limpia como vía de hidratación. Cuando este recurso falla, la respuesta es inmediata: baja el consumo de alimento, cae la producción de leche o carne y se deteriora el bienestar animal.

Para Mattioli, el mayor obstáculo es que el agua carece de un mercado que impulse estudios o inversiones en su calidad. "El resto de los componentes de la dieta tienen costo y empresas que los promocionan. Con el agua, no", advirtió. Esa ausencia de interés comercial mantiene al agua en un segundo plano, a pesar de ser el nutriente más consumido.

El especialista subrayó que la calidad del agua de bebida animal debe equipararse a la que se exige para el consumo humano. "La calidad de agua de bebida de un bovino debe ser la misma que la de un humano. No hay fundamentos para diferenciarlas", concluyó.

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