En lo que respecta al área reproductiva, los sensores han revolucionado la forma en que se detecta el celo. Mientras antes se confiaba casi exclusivamente en la observación visual o el uso de pinturas y métodos indirectos, hoy se identifican los celos mediante algoritmos que detectan variaciones en la actividad y otros comportamientos. Estos dispositivos logran detectar más del 90% de los celos reales. Sin embargo, esta tasa no debe confundirse con la tasa de celo total del rodeo, ya que siempre existirán vacas anéstricas, infértiles o con celos no evidentes.
“El análisis más profundo muestra que no todos los celos detectados derivan en concepciones exitosas. De hecho, al aumentar la sensibilidad de los sistemas, también se incrementa la probabilidad de inseminar vacas con baja fertilidad, lo que puede reducir la tasa de concepción global si no se filtra adecuadamente a las candidatas”, explicó Kevin Díaz Cervigni, codirector de la consultora SerCowTech, la cual se especializa en brindar soluciones tecnológicas a empresas tamberas.
“Por eso, el uso de sensores debe ir acompañado de una interpretación cuidadosa y un protocolo de manejo que contemple estas diferencias. No basta con detectar celos: es fundamental determinar cuáles de ellos son fértiles y cuáles no”, añadió en una charla brindada en el ámbito de la Mesa de Lechería de CREA.
Un trabajo realizado por SerCowTech junto al veterinario Julio Fontana en tambos de la provincia de Mendoza reveló que la línea temporal de detección de celos no sigue una distribución normal en todas las situaciones, lo que refuerza la idea de que el manejo debe adaptarse a cada tambo en particular y que los protocolos de inseminación deben diseñarse considerando la dinámica real de cada rodeo lechero. “Algunos establecimientos pueden beneficiarse más de protocolos de sincronización fija, mientras que otros pueden aprovechar mejor la detección natural potenciada por sensores”, remarcó.
En cuanto al rendimiento de los dispositivos, hay consenso en que su sensibilidad es superior a la observación visual, simplemente porque tiene la ventaja del componente numérico al monitorear vacas de manera permanente, lo que permite detectar celos de menor expresión en vacas con condiciones corporales subóptimas o que se encuentren en ambientes con alto estrés térmico o sanitario. “Siempre deben contemplarse además el impacto de eventos externos como vacunaciones, cambios de rutina o movimientos del rodeo, que pueden inducir falsos positivos por alteraciones en la actividad de los animales”.
Los sensores remotos en tambos lecheros representan una herramienta poderosa, pero, como toda innovación tecnológica, su éxito no depende únicamente del dispositivo, sino del sistema de interpretación y acción que se construya en torno a él, para lo cual se requieren profesionales capacitados y trabajadores comprometidos, es decir, inteligencia humana.
El uso de sensores remotos en la salud del ganado
Cualquier protocolo sanitario basado en datos recopilados por sensores remotos debe ser simple, sostenible y aplicable durante los 365 días del año, sin requerir una carga de trabajo superior a la que pretende resolver.
La clave del éxito en el uso de sensores de salud radica en su capacidad para monitorear múltiples variables de manera simultánea. Cuando un sensor mide al menos dos parámetros —por ejemplo, rumia y actividad—, su sensibilidad y especificidad se vuelve más estable. “Eso permite detectar con mayor precisión cambios sutiles que, sin monitoreo constante, podrían pasar desapercibidos hasta que finalmente la condición del animal sea más grave. En este sentido, los sensores no sólo ayudan a detectar enfermedades en etapas más tempranas, sino que también permiten focalizar los esfuerzos del personal en un grupo reducido de animales realmente en riesgo, liberando tiempo y recursos para otras tareas estratégicas”, comentó Kevin.
Un aspecto poco explorado, pero de enorme valor, es el uso de sensores para evaluar tratamientos y la evolución clínica de las vacas enfermas. La posibilidad de contar con datos objetivos y continuos permite al equipo veterinario medir con mayor precisión la efectividad de medicamentos o terapias aplicadas, lo que contribuye a ajustar protocolos, reducir el uso innecesario de drogas y mejorar las tasas de recuperación. “Esa información es especialmente útil en establecimientos con altos porcentajes de descarte, donde una parte significativa de las pérdidas puede estar relacionada con enfermedades que no fueron tratadas a tiempo o de forma adecuada”, precisó.
El especialista dijo que uno de los grandes aportes de los sensores es su capacidad para redefinir el concepto de enfermedad subclínica. Tradicionalmente, una afección se consideraba clínica solo cuando había signos evidentes; sin embargo, al medir variables como rumia, horas de descanso, ingesta o producción de leche, se pueden identificar cambios tempranos que permitan intervenir antes de que la enfermedad avance. “Este cambio de paradigma implica que cada vaca puede ser monitoreada individualmente y en tiempo real, lo que abre la puerta a una medicina más personalizada y eficaz. En resumen, los sensores remotos en salud animal no solo previenen pérdidas, sino que promueven una gestión más inteligente y sostenible del rodeo lechero”, resaltó.
El uso de sensores remotos para mejorar el bienestar animal
La incorporación de sensores remotos en los tambos ha permitido una revolución silenciosa en la forma en que se mide, interpreta y optimiza el bienestar de los animales. Lejos de limitarse a detectar enfermedades o niveles de producción, los sensores permiten construir una verdadera “agenda de la vaca”, es decir, un seguimiento detallado de cómo distribuyen su tiempo las vacas a lo largo del día.
“Un hallazgo particularmente interesante que se ha observado en diferentes tambos es que, independientemente del sistema productivo (pastoril o estabulado), las vacas tienden a distribuir su tiempo de manera muy similar entre actividades clave como comer y rumiar. Esto sugiere que, más allá del sistema de manejo, los animales mantienen ciertas necesidades biológicas constantes en el transcurso del día”, indicó Kevin.
“Sin embargo, lo que sí varía significativamente es la eficiencia con la que pueden realizar estas actividades, dependiendo de factores como la oferta de alimento, el confort ambiental y la rutina de ordeño. Por ejemplo, en sistemas pastoriles con baja oferta forrajera, se observa un aumento en el tiempo destinado a comer y una disminución en el tiempo de rumia, lo cual podría indicar una estrategia compensatoria del animal para mantener su ingesta”, agregó.
Los sensores han demostrado ser herramientas fundamentales para entender estas dinámicas y ajustar las decisiones de manejo en consecuencia. Monitorear de manera continua parámetros como minutos de rumia, periodo de alimentación y de descanso, así como de actividad social, permite establecer una línea base para cada rodeo.
“Esto es crucial, ya que generalizar valores estándar –por ejemplo, 400 a 600 minutos de rumia– puede ser engañoso si no se considera el contexto específico de cada establecimiento. En cambio, establecer rangos de variabilidad aceptables dentro del propio sistema ofrece un criterio mucho más útil y práctico para la toma de decisiones”, manifestó.
Uno de los grandes aportes de esta tecnología es que permite visualizar claramente el impacto de las decisiones humanas en el comportamiento de las vacas. En ese sentido, los cambios en la rutina de ordeño –como el desplazamiento de un ordeño muy temprano hacia un horario más razonable– no solo puede mejorar el bienestar del personal, sino también la estabilidad en los patrones de comportamiento del rodeo. “Las vacas, al igual que las personas, también necesitan descansar, y obligarlas a interrumpir su descanso natural para ser ordeñadas genera estrés y puede afectar su salud y producción”.
En muchos establecimientos donde se ha medido el comportamiento diario mediante sensores, se observa un patrón claro: entre la una y las cinco de la mañana, las vacas tienden a descansar, independientemente del sistema de manejo, por lo que interrumpir esta franja horaria con ordeños puede ir en contra del comportamiento propio del animal y afectar negativamente su rendimiento. Este tipo de información, que antes era un componente subjetivo, ahora puede medirse objetivamente y en tiempo real gracias a los sensores remotos, lo que permite tomar decisiones fundamentadas y adaptadas al comportamiento natural de los animales en diferentes ambientes y modelos productivos.
Otro hallazgo importante es la relación entre el fotoperiodo (horas de luz) y el comportamiento alimenticio. En épocas con días más cortos, se ha observado que las vacas tienden a comer más concentradamente, con patrones de consumo más voraces. “Este tipo de comportamiento puede interpretarse como una adaptación a la reducción de tiempo disponible para forrajear; gracias a los sensores, se puede cuantificar con precisión este cambio, lo cual resulta fundamental para ajustar la frecuencia y los horarios de suministro de alimento, así como la composición de la dieta, de manera que se maximice la eficiencia y se eviten desequilibrios”, explicó.
Además, los datos generados por sensores no solo permiten detectar problemas, sino que también sirven como herramienta de mejora continua. Por ejemplo, evaluar gráficamente los primeros 21 días de vacas recién paridas permite identificar rápidamente aquellas que no se adaptan bien al sistema, o que presentan señales tempranas de problemas de salud o nutrición. Esta información es particularmente valiosa en sistemas con alta rotación o ingreso de animales desde diferentes orígenes.
“El desafío entonces no es tanto la disponibilidad de la tecnología, sino su correcta interpretación y uso apropiado para tomar mejores decisiones. Al fin y al cabo, todos los que intervenimos en un tambo somos, en esencia, administradores del tiempo de las vacas”, graficó Kevin.
Eficiencia, bienestar y buenas prácticas
Otro de los usos más destacados de los sensores es el análisis de eficiencia en sistemas robotizados de ordeño. A través de gráficos que muestran el tiempo de ordeño por cuarto, el flujo de leche y la duración total del proceso, es posible detectar animales que presentan problemas como bimodalidad en el ordeño. “Esas vacas ocupan el robot durante un tiempo excesivo, lo que no sólo reduce su eficiencia individual, sino que afecta el rendimiento global del sistema. Esta información permite tomar decisiones concretas: ajustar la rutina de estimulación, evaluar problemas de salud o incluso tomar medidas de descarte en animales con bajo rendimiento persistente”, remarcó.
Además, los sensores permiten identificar fallas en el proceso de estimulación previa al ordeño, que es una de las principales causas de la bimodalidad. Cuando una vaca no es correctamente estimulada, se genera un flujo irregular de leche que puede derivar en daños a nivel del pezón y pérdida de confort. En muchos casos, esos errores son resultado de deficiencias en la rutina de ordeño o de factores de estrés. Gracias al monitoreo, es posible corregir tales fallas mediante alertas automatizadas que indican la necesidad de un mejor despunte o una mayor estimulación, reduciendo así el margen de error humano.
En cuanto al monitoreo de la salud animal, los sensores han demostrado tener una gran especificidad, lo que significa que si no emiten una alerta, es muy probable que la vaca esté sana. Este punto es clave en la toma de decisiones diarias en los tambos, especialmente durante periodos críticos como el postparto. “Tradicionalmente, muchas vacas eran sometidas a revisiones sistemáticas en estos días, lo que implicaba tiempo, estrés y potencial exposición a enfermedades; sin embargo, con sensores precisos, se puede reducir drásticamente el número de intervenciones innecesarias, priorizando sólo a los animales que presentan alertas”.
La sensibilidad de los sensores, es decir, su capacidad para detectar problemas reales, puede oscilar según la cantidad de variables que midan y la precisión de la “prueba de oro”, es decir, una persona experta en el campo que pueda verificar la certeza de la información generada por los algoritmos. “En investigaciones realizadas en tambos con compost y free stall, se observó que los sensores tienen mejor desempeño cuando miden múltiples variables. Aun así, incluso con sensibilidad moderada, su valor operativo es altísimo porque permiten reducir el esfuerzo sobre las vacas sanas y concentrar recursos en los casos que realmente lo necesitan”.
Una inquietud lógica en el proceso de adopción tecnológica es el rol de las personas frente a los sensores. Muchos productores temen que depender de estas herramientas implique prescindir de la experiencia humana. Pero, lejos de eso, lo que se está viendo en la práctica es un modelo de trabajo colaborativo entre tecnología y operarios. Los sensores no reemplazan al ojo experto, pero sí lo potencian: ofrecen una mirada objetiva y constante que permite al personal tomar decisiones más rápidas, fundamentadas y menos invasivas.
El aprendizaje también forma parte del proceso. Muchos tambos que implementan sensores empiezan utilizando ambos sistemas (tecnología y revisión manual), pero a medida que confirman la confiabilidad de los sensores, se animan a desactivar gradualmente protocolos que eran intensivos en tiempo y trabajo, lo que redunda en el bienestar de las personas y también de los animales. Un ejemplo claro de ese fenómeno es el protocolo de vacas frescas: en tambos que confían en los sensores, se han desactivado estas rutinas sistemáticas y se ha comprobado que los animales permanecen más tranquilos, con menos intervenciones y menor incidencia de enfermedades secundarias por estrés.
Una línea emergente en este campo es el uso de imágenes térmicas para monitoreo de animales. Esta tecnología analiza diferencias térmicas y patrones visuales para detectar cambios físicos en los animales. Si bien todavía no está generalizada, representa una evolución hacia sistemas aún menos invasivos, que permiten evaluar la salud sin necesidad de contacto físico. Combinada con sensores de collar, puede ofrecer un sistema de monitoreo integral de altísima precisión.
“El monitoreo digital contribuye a una mejor gestión integral del tambo porque permite tomar decisiones en tiempo real, anticiparse a los problemas, medir el impacto de los cambios implementados y fomentar una cultura organizacional basada en datos”, resumió Kevin.