Desde mediados de marzo, el Gobierno se encontró en una situación de estrés impulsada por la incertidumbre cambiaria, las negociaciones con el FMI y las tensiones internacionales. Tras meses de buen desempeño, el BCRA vendió divisas y la brecha cambiaria se amplió, presionando las reservas.
En el marco de un nuevo acuerdo con el FMI por 20.000 millones de USD, el Gobierno flexibilizó los controles cambiarios: eliminó restricciones para personas humanas y alivió regulaciones para personas jurídicas.
Así, se dio inicio a la Fase 3 del plan económico, caracterizada por el abandono del crawling peg del 1% y la adopción de un esquema de tipo de cambio flotante entre bandas móviles. En lo monetario, el plan se centra en un control estricto de la cantidad de dinero y metas de acumulación de reservas. También se eliminó el dólar blend para exportadores.
Inicialmente, el mercado respondió en forma positiva: la brecha cambiaria se comprimió, bajó el riesgo país y el dólar se ubicó cerca de la banda inferior. Esto mejoraría las perspectivas inflacionarias tras el repunte de marzo, cuando alcanzó el 3,7%, y podría contribuir a la recuperación de salarios reales y actividad.
En lo fiscal, el Gobierno es aún más exigente que el FMI: mientras el fondo exige una meta de superávit de 1,3% del PIB para 2025, Milei apunta al 1,6%. En ese contexto, reiteró que la baja de retenciones implementada será solo temporal.
El sector agropecuario enfrenta una situación compleja donde el tipo de cambio se encuentra en niveles históricamente bajos y las reformas tributarias y estructurales para lograr competitividad sistémica avanzan solo de forma gradual. Estas cuestiones, junto con la reciente apertura importadora, desafían la continuidad del superávit comercial.
Hacia adelante, el Gobierno enfrenta un año electoral con un sistema cambiario mucho más flexible, lo que implica riesgos. Consolidar la baja del riesgo país será clave para recuperar el acceso al financiamiento internacional, tanto para afrontar los próximos vencimientos como para sostener el nuevo régimen cambiario.
El éxito del plan dependerá de la capacidad para mantener el equilibrio macroeconómico en un entorno externo volátil, así como de su credibilidad y consistencia en el tiempo.
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