Porque además de una familia muy unida, ellos son una empresa agrícola-ganadera sólida, que ha sabido crecer de manera sostenida a lo largo del tiempo, desde 1898 hasta ahora. “Nos da placer tener el campo lindo y prolijo y disfrutar de sus lugares, pero además tiene que ser productivo y debe progresar. Eso lo tenemos más que claro”, señala Felipe, el tercero de los Muriel.
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José Luis Muriel con “Coquito”, un carpincho criado en cautiverio que también llegó porque no lo podían cuidar.
Los comienzos
1989 fue el año en que su bisabuelo Felipe, oriundo de España, adquirió el campo madre de 1.598 hectáreas a quince kilómetros de la ciudad de Bragado, provincia de Buenos Aires.
En realidad sus comienzos fueron con un almacén de Ramos Generales, que abastecía de diferentes rubros a las poblaciones de esa época. “Se ve que le fue bien, porque pudo comprar ´San Felipe´ y luego un campo en Entre Ríos y otro en J. J. Paso, provincia de Buenos Aires. Pero murió joven y ya después siguió mi abuelo, también Felipe”, describen.
Como ingeniero industrial, Felipe no era gran amante del campo. Tras un intento fallido de poner una curtiembre en Capital Federal, se volcó a la ganadería en ‘San Felipe’ y más tarde instaló un criadero de cerdos con el que llegó a tener 1.000 madres.
Hacia el año 67, ya su hijo José Luis, recibido de ingeniero agrónomo en Buenos Aires, se incorporó a la explotación. Se casó con María, quien vivía en un campo cercano, y se instalaron en ´San Felipe’. De la mano de él llegaría la agricultura al campo. “La agricultura fue creciendo pero siempre se mantuvo la ganadería, a papá le encantaba. En ese entonces se hacía una cría e invernada más tradicional, con siembra de pasturas en lotes agrícolas y raza Charolais porque había una cabaña en el campo”, explica Felipe.
En ‘San Felipe’ nacieron y pasaron su infancia María, Felipe, Beatriz, Julio y Carolina, actuales propietarios del establecimiento. En el ´89 se mudaron junto a su madre a Buenos Aires para terminar los estudios y comenzar la universidad. “Papá en la semana estaba acá y los fines de semana nos veníamos al campo. Cuando ya estábamos en la facultad, mamá se volvió y después fuimos regresando de a poco”, indica.
La primera en volver fue Beatriz, recibida de técnica agropecuaria en la UCA, en 1999. Luego lo hizo Felipe, como ingeniero agrónomo de la UBA, pero permaneció seis meses y se fue a trabajar a una empresa de acopio en Bragado, donde estuvo doce años. Julio y Carolina, ingenieros en producción agropecuaria de la UCA, también regresaron, pero Julio se mudó luego a Pilar con un cargo en Syngenta y Carolina a Tandil, donde hoy reside. “En definitiva, quedamos Beatriz y yo… yo ya había empezado a mechar entre el acopio y el campo. Entonces allá por 2012 lo charlamos y me vine de lleno a trabajar con ellos”, señala Felipe.
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María Chas con terneros guachos; en la ganadería se cuidan todos los detalles.
El ingreso de las nuevas generaciones
La nueva generación se fue involucrando según sus inclinaciones. Beatriz más en la ganadería y Felipe en la agricultura. “Después que me recibí estuve un año más en Capital. Trabajé en el stand de CREA en las exposiciones y aproveché ese momento para hacer varios cursos ahí. Así que cuando arranqué acá, lo hice haciendo más que nada papeles y de a poco me fui metiendo en la parte ganadera, que es lo que realmente me gusta”, relata Beatriz.
Todo se fue dando, aseguran, muy naturalmente. En un principio iban tomando lo que su padre ya no quería hacer y les iba delegando, cediendo espacio. “Nosotros le contábamos lo que queríamos hacer y él tomaba las decisiones. Se charlaba todo… acá estamos siempre dando vueltas, nos cruzamos continuamente, así que nos juntábamos a tomar mate dos veces por día”, relata.
Lejos de oponer alguna resistencia a la visión de sus hijos (en ese entonces con más teoría que práctica), José Luis los escuchó siempre. “Al contrario, le gustaba que fuéramos con algo nuevo, siempre fue muy abierto”, sostiene Beatriz. “Había cosas que se debatían pero nunca hubo conflicto. Desde el principio nos dejó hacer. Papá era fue muy de avanzada, le gustaba ir mejorando. Quizás cuando se hizo más grande estaba más tranquilo en algunas cosas pero siempre fue muy inquieto. De hecho, siguió estando en todo lo que pasaba en el campo… cuando quería opinaba y cuando no, no”, agrega Felipe.
Con el manejo ya en manos de sus hijos, José Luis volvió a entusiasmarse con la ganadería y a dedicarse a cosas que le gustaban como las plantas. Toda la vida, cuentan sus hijos, fue muy fanático de los árboles. “Siempre tenía algún desafío nuevo. En el último tiempo se la pasó haciendo limpieza y poniendo árboles en un pedacito de campo que habíamos comprado… acomodándolo porque estaba muy abandonado”, relatan.
En junio se cumplen dos años de su fallecimiento. Pero la dinámica se mantiene intacta. Las reuniones siguen siendo muy habituales, así como la presencia continua en el campo.
Su madre, además de acompañar a Beatriz en la ganadería, se ocupa de toda la parte de animales enfermos. “Mamá está todo el día dando vueltas por acá a caballo y sobre todo se involucra en mantener vivo el campo. Porque yo lo que siento después de recorrer otros establecimientos es que éste es un campo vivo… está la ganadería, hay perros, caballos, está la laguna y hay ocho personas trabajando. Una de las condiciones es que la gente que trabaja acá, viva acá, así que tenemos puestos desparramados por todo ´San Felipe´”, subrayan.
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José Luis Muriel y María Muriel en un lote de cebada.
El planteo hoy
En manos de José Luis, la agricultura fue creciendo −hasta ocupar el 70% de la superficie del campo− y la ganadería modernizándose. Se reemplazó la raza Charolais por Aberdeen Angus y se intensificó el sistema a través de una mayor integración con la agricultura. “El sistema ganadero actual cambió muchísimo. Hoy hacemos recría en lotes agrícolas con siembras aéreas de verdeos, en el puente entre dos cultivos. También hacemos allí siembra de maíces para silo ya que picamos bastante… hacemos silo de autoconsumo para la hacienda”, describe Felipe.
Esto, aseguran, no es algo muy común en la zona: “Es raro ver ganadería sobre lotes agrícolas como hacemos nosotros. Antes este era un partido agrícola-ganadero y en los últimos veinte años cambió. Hace diez años desaparecieron prácticamente las vacas y en los últimos tres años volvieron a aparecer, pero es un partido principalmente agrícola”. Los cultivos son fundamentalmente girasol, soja, cebada, trigo y maíz, con algún que otro cultivo de arveja.
Los Muriel nunca dejaron de tener animales ni de rotar con pasturas. De hecho, en los últimos años han estado creciendo en número de cabezas y también en superficie destinada esta actividad.
Las pasturas son base alfalfa consociadas en su mayoría con festuca y cebadilla. “Se ha ido mejorado mucho en el manejo de la tierra y el uso de los recursos. También se ha ido tratando de mejorar las lomas, donde antes sólo teníamos pasto llorón”, señala el tercero de los hermanos.
De un planteo más de cría, en ‘San Felipe’ pasaron a uno de recría y terminación; hoy los terneros son propios (aún conservan un rodeo de cría en los bajos) o se compran.
Los machos se terminan a pasto o todo lo que pasa el año cuando entra la próxima camada, se termina en corrales con silo de maíz, grano de maíz y algún núcleo.
Las hembras, por su parte, se destinan en un 20% al plantel de cría (“para atesorar”) y las restantes se recrían con verdeos y silo de maíz en autoconsumo para terminarse a corral. “El manejo es distinto a los machos porque las sacamos de menos kilos… con 320 aproximadamente”, cuenta Beatriz.
Debido a la complejidad del sistema ganadero, hoy es más difícil estimar una carga promedio instantánea anual del campo, pero admiten que la receptividad mejoró muchísimo en los últimos años. Hoy en los verdeos tienen, por ejemplo, seis cabezas por hectárea. “Antes lo tradicional era hacer todo sobre pasturas y ajustar la carga a la producción de invierno, que era la limitante, con algún rollo o algo de suplementación. Actualmente es mucho más complejo y mucho más intensivo en personal, trabajo y recursos. Hoy en día salen de uno, entran a otro… con mucho silo de maíz y maíz de grano en corrales”, advierte Felipe.
Su predilección por la ganadería en una zona eminentemente agrícola no desentona con el grupo CREA Bragado. A todos en general les “tira” la actividad. “El nuestro es un CREA raro. Aunque en Margen Bruto manda la agricultura, el corazón está puesto en la ganadería. Todos tenemos algo en los bajos o en algún lote agrícola”, señalan.
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María Chas con “Beto”, un pato que llegó de Buenos Aires.
Ser CREA
Los Muriel aseguran haber nacido prácticamente en CREA. Conservan múltiples recuerdos de las reuniones en ‘San Felipe’ −“participábamos hasta que nos echaban”− y de su padre hablando del Movimiento. “Papá siempre nos recalcó que a él CREA le dio todo. Él siempre agradecía el crecimiento de la empresa al grupo, porque se genera una sana competencia que es un aliciente a seguir mejorando. El productor agropecuario tiende mucho a encerrarse en sí mismo, a quedarse porque es lo más fácil… y esto te incentiva a seguir progresando, además de acompañarte en las buenas y en las malas”, recalca Felipe.
Su incorporación a la empresa también significó su entrada como miembros al grupo Bragado, en la Región Norte de Buenos Aires. Hoy Felipe asistente mensualmente a todas las reuniones y Beatriz intenta también estar presente. Definen a su CREA como el mejor del Movimiento, donde las cosas se hacen pero también hay lugar para la distención y el disfrute entre amigos.
Su perfil es mezclado, y conviven tanto miembros con 30 años de antigüedad como las nuevas generaciones que se han ido incorporando. “Para mí el grupo es básico porque es un lugar de pertenencia. Nos conocemos tanto y nos tenemos tanta confianza que no termina siendo sólo un grupo técnico para intercambiar datos de la parte productiva sino un verdadero grupo de amigos”, enfatizan.
A futuro
Progresar y hacer las cosas lo mejor posible es un mandato que José Luis grabó a fuego en sus hijos. Por eso, ya en su ausencia, han seguido creciendo en superficie y en tecnificación.
Actualmente ‘San Felipe’ son 2.720 hectáreas. En 2019 adquirieron 340 hectáreas a 15 kilómetros. “Son tierras más ganaderas, así que ahí estamos apuntando a realizar la mejora genética de nuestros rodeos”, relata Beatriz.
Ellos dicen que hay “una inercia” a seguir en funcionamiento y una idea compartida por desarrollar la empresa. “No tanto a vivir de la empresa sino a hacerla crecer para las futuras generaciones”, coinciden.
Tanto Felipe como Beatriz son muy conscientes de su rol de meros administradores del capital familiar. Por eso, están muy abiertos a recibir críticas y opiniones del resto de sus hermanos. “Nosotros somos dueños pero también somos empleados. El hecho de trabajar acá no nos da más derechos que a los otros, y eso lo tenemos muy presente todos los días”, subrayan.
Consultarles y tenerlos al tanto de las cosas importantes es, aseguran, una manera de involucrarlos y entusiasmarlos con la empresa. “Papá quería que sigamos trabajando juntos. Así que hacemos reuniones familiares un poco más formales cada cuatro meses. Informamos las cosas que se vienen haciendo, que se van a hacer, mostramos los resultados y damos lugar a que opinen qué les parece. Además, es una excusa para vernos”, cuenta Felipe. Esas fechas se suman a la de la reunión anual del CREA en su campo. “Ese día vienen todos, es obligación”, aseguran un poco en broma.
En realidad, es más una exigencia propia que una demanda del resto. Tanto Felipe como Beatriz tienen toda la libertad del mundo para hacer y deshacer a su gusto. La misma confianza que José Luis depositó en ellos, hoy la depositan sus hermanos.
“A nosotros lo que nos preocupa siempre no es el hoy sino el mañana. Nos gustaría que las futuras generaciones sigan trabajando juntas, en armonía, como hasta ahora… y para eso creemos que debemos empezar a trazar ese camino”, advierte Beatriz.
Son conscientes de la afinidad que sienten entre hermanos y del cariño que todos tienen por el campo, pero también, que las cosas pueden irse de las manos con los años y el ingreso de más personas a la familia. “Hoy creemos que el paso más importante que tenemos que dar es hacia la próxima generación. En avanzar tanto en la confección de normas de convivencia para el campo como en protocolos para la empresa. No la consideramos una problemática pero sí un tema para empezar a trabajar desde ahora, de manera de ir encaminándolo y anticiparnos a posibles problemas”, señalan.
A futuro, se imaginan creciendo en superficie y en tecnificación como hasta ahora. También, incursionando en alguna otra actividad o negocio, algo que tienen pendiente. Pero sobre todo, se imaginan trabajando juntos, como lo desearía su padre.